MARIE MORETTI
—No sé si fue una estupidez o si simplemente… me harté de pelear —dije, dejando la taza sobre la mesa del desayuno con un golpe más fuerte de lo que planeaba.
Anny me miraba desde la barra, sentada con una pierna doblada sobre la silla, el cabello recogido y esa expresión de que estaba a punto de clavarme el bisturí emocional.
—¿Le llevaste café? —preguntó, con una ceja en alto.
—Sí.
—¿A Josh?
—Sí, Anny. ¿A quién más iba a llevarle café a las nueve de la noche? ¿A Michelle?
Anny soltó una carcajada.
—¡Ay no! Esto es mejor de lo que pensé. ¿Y qué hizo él? ¿Te lanzó la taza a la cara o solo gruñó como de costumbre?
—Fue… Josh —respondí, como si eso lo explicara todo—. Dijo un par de cosas, se burló de mi café, me llamó tierna, y luego se burló otra vez. Y yo exploté. Lo mandé al demonio.
Anny dejó caer la cabeza sobre la mesa y soltó otra carcajada.
—¡Dios! Ustedes dos son una telenovela. Te juro que me encantaría encerrarlos en un ascensor sin salida.
—¿Qué parte de “me s