ADELINE DE FILIPPI
Dolía.
Mi cabeza pesaba toneladas. El cuerpo no me respondía.
La luz era tenue. Fría.
Y un zumbido constante me taladraba los oídos.
Parpadeé. Intenté mover los brazos, pero estaban pesados… inmóviles.
Estaba recostada sobre una camilla metálica. Atada por las muñecas.
La piel me ardía. El aire olía a metal, químicos, miedo.
Cada respiración era un esfuerzo.
—Despiertas rápido —dijo una voz que ya comenzaba a detestar.
Ángelo...
Se acercó con pasos tranquilos, como si todo estuviera bajo control.
Como si yo no fuera más que una pieza de ajedrez en su juego retorcido.
Una marioneta sin voluntad.
—No te preocupes, no te haré daño —dijo con una sonrisa que helaba la sangre—. Aún no.
Intenté levantar la cabeza, pero el mareo me lo impidió.
—¿Dónde… estoy? —balbuceé, luchando por enfocar.
—En el único lugar donde no deberían encontrarte.
Sus palabras me cayeron como un balde de hielo.
—Pero parece que subestimé a tu familia… Pensé que eras más inteligente. Si alguien te