Damián Medicci
—MlERDA… MlERDA… ¡MlERDAAA!
Caminaba por las calles como un perro sin correa, buscando con rabia y angustia.
Ya llevaba horas dando vueltas por la ciudad, revisando cafeterías, tiendas, el parque donde Amelia solía pasear…
Nada.
Desaparecida.
Como un maldito fantasma.
Y yo sabía exactamente con quién estaba.
Paolo.
Ese imbécil sentimental que, por algún maldito motivo, era el punto débil de mi misión.
La orden de Noah era clara: vigílala, que no lo vea. Si intenta contactarlo, la sacas.
Y yo… fallé.
Fui a su trabajo pensando que ahí encontraría a Amelia, pero lo ví trabajar como un robot, y nada de Amelia, volví a la universidad y ni rastros de esa niña malcriada.
La muy condenada se me escapó por una ventana del restaurante donde almorzaba.
Una ventana.
—Estoy jodido —murmuré, apretando el volante del auto al volver a dar otra vuelta por su departamento a ver si había vuelto, pero nada. Volví a las oficinas de la empresa de Lucien y Paolo seguía ahí pero ningún rast