Planeando su caida.
ANNELISSE DE FILIPPI
La ciudad estaba iluminada como una joya. Se nos había pasado la tarde volando dentro del Museo, al salir ya era de noche y París resplandecía en cada rincón, y mientras nos dirigíamos al restaurante con vista directa a la Torre Eiffel, no podía dejar de sentirme como una princesa.
Silvano no soltó mi mano en ningún momento. Caminábamos por la acera empedrada, con el aire fresco acariciando nuestros rostros y una música de acordeón sonando a lo lejos.
Entramos al restaurante. El maître nos condujo a una mesa junto a la ventana, justo frente a la Torre Eiffel iluminada. Todo era elegante y sobrio, con velas altas, cubiertos de plata y copas de cristal que tintineaban al mínimo roce.
—Esto es mágico —susurré.
—¿Te gusta?
Asentí con una sonrisa y me senté, aún temblando por dentro, y Silvano corrió la silla para mí. Luego se acomodó frente a mí, con esa postura suya que parecía hecha para una pintura clásica: erguido, dominante, perfecto.
—He esperado mucho para trae