LUCIEN MORETTI
La noche en Sicilia era tan oscura como las cosas que veníamos a destruir.
Los motores se apagaron a dos kilómetros de distancia. Caminamos en silencio, solo las linternas tácticas prendidas en pulsos breves para no delatar nuestra posición. Noah iba primero, con Paolo cubriéndole la retaguardia. Silvano estaba a mi lado, como siempre… pero algo en su postura no cuadraba.
Estaba más tenso. Más lento.
Más distraído.
—Equipo dos, flanco izquierdo —ordené por el comunicador—. Silvano, conmigo.
Asintió, aunque tardó medio segundo más de lo normal. Medio segundo puede ser la diferencia entre estar vivo o muerto en nuestro mundo.
Cruzamos el muro trasero de la bodega abandonada. Dentro, según la información interceptada, había una red secundaria de Seraphim: armas, documentos… y niños.
Casi 15, según los reportes.
Niños pequeños y hasta de 15 años.
Niños como yo alguna vez fui.
Y no los iba a dejar ahí.
Nos movimos entre sombras. La entrada estaba protegida por cuatro guardia