SILVANO DE SANTIS
El humo aún flotaba en mis pulmones.
Y el nombre —su nombre— se me incrustaba en la lengua como veneno.
Matteo.
El rostro perfecto detrás de cada sombra.
El falso CEO enamorado de Addy.
El que, con una máscara de tonto, nos hizo creer que era inofensivo.
El que asesinó tantos niños…
Ese maldito bastardo era Matteo.
Mi mente era un torbellino. Íbamos en el auto blindado, donde Lucien miraba el vacío con los ojos llenos de fuego.
—Ahora lo sabe —dije, rompiendo el silencio—. Sabe que lo cazamos. Que le pusimos rostro. Que vamos por él.
Lucien no respondió de inmediato.
Solo cuando el camino se volvió plano, habló:
—Y lo peor, Silvano…
Es que ahora irá por lo único que puede rompernos.
Yo ya lo sabía.
Lo había sentido desde que Matteo se desvaneció en esa nube de humo.
—Va a ir por ellas —dije.
Lucien me miró.
No hubo que decir nombres.
Todos sabíamos de quién hablábamos.
Anny. Kiara. Addy. Mily.
Nuestros puntos débiles.
Nuestros corazones.
Nuestros hilos de humanidad.