JOSH MEDICCI
Marie salió temprano de su habitación, como casi todas las mañanas. Su bata colgaba con una elegancia natural, el cabello recogido sin esfuerzo, y la tablet de diseño en la mano como si fuera una extensión de su cuerpo. Caminó sin verme. O más bien, fingió que no me veía.
Yo ya estaba en la cocina. Café en mano, apoyado contra la encimera. Sabía que bajaría pronto. Siempre lo hacía cuando tenía algo entre ceja y ceja. Clarita, el vestido, la boda. Lo supe desde anoche, cuando la vi encerrada en su estudio sin pestañear.
—Buenos días, señorita Marie —dije al verla entrar.
Ella gruñó. Literalmente.
—Aarrgh… hola, Josh.
Me obligué a no sonreír. Era mejor así. Que me creyera el robot sin emociones. Le hacía sentir que tenía el control.
Tomó un jugo, pan, y se fue a su habitación a cambiarse de ropa, yo para molestarla más, la esperé en la puerta con mi café en mano, al verme rodó los ojos y eso me encantó, era tan divertido molestarla, caminó directo al jardín. Y yo, claro, d