AMELIA ALBERTI
—Abre la boca —le dije con dulzura.
Paolo me miró con una ceja alzada.
—¿Me estás dando sopa como si fuera un bebé?
—Estoy cuidándote, amor —respondí, mojando la cuchara y llevándosela otra vez a los labios—. Además, así tengo el control. Si te portas mal, dejo de darte.
Paolo sonrió, derrotado.
—No puedo competir contigo cuando usas ese tono.
—Exactamente.
Le di otra cucharada y lo observé comer con una mezcla de amor, orgullo y ternura ridícula.
Mi novio.
Mi héroe.
Mi paciente.
La puerta se abrió de golpe.
—¡Ay no! ¿Otra vez lo estás alimentando como a un niño? —dijo Anny, entrando con el pelo recogido en una trenza suelta y esa mirada de sarcasmo de siempre.
—Déjalo en paz —repliqué, riendo—. Está herido.
—Está mimado —bufó ella—. Y encima consentido. ¿No ves cómo se aprovecha?
—Se deja querer —dije, acariciando el cabello de Paolo con una sonrisa tonta—. Lo amo tanto que puedo malcriarlo sin culpa.
—¡Eso es lo que me preocupa! —dijo Anny, rodando los ojos—. Le das c