JOSH MEDICCI
Las vendas se apretaban con fuerza sobre mis nudillos. Una, dos, tres vueltas. El sonido del velcro rompiendo el silencio del gimnasio privado era lo único que me mantenía anclado a la realidad.
Respiré hondo. Cerré los ojos.
La besé.
MlERDA. La besé.
Lancé el primer golpe al saco.
—¡Ah! —exhalé entre dientes.
El sonido del impacto reverberó en la sala. El saco retrocedió y volvió a su lugar, como si me desafiara.
Segundo golpe.
Tercero.
Cuarto.
Cada uno más fuerte que el anterior. Como si con cada puñetazo pudiera borrar el incendio que tenía bajo la piel. Su cuerpo temblando contra el mío. Su respiración entrecortada. Sus labios. Esa manera en que me dijo “no te vayas”. Esa voz rota… esa voz que me rompió a mí también.
Soy su maldito guardaespaldas.
Diecinueve años, Josh, ¿qué carajos estás haciendo?
La puerta del gimnasio se abrió con un chirrido, pero no me giré. Ya sabía quién era.
—Supe que le rompiste la cara al niño bonito —dijo una voz cargada de burla—. ¿Y que l