ADELINE DE FILIPPI
Los días en casa de papá habían pasado volando, entre risas, abrazos y más comida de la que mi estómago podía manejar con dignidad. Fue hermoso. Familiar. Reconfortante. Pero todo lo bueno termina… y regresamos a Italia.
Italia. Nuestra segunda casa. Nuestra realidad.
Lucien y yo volvimos como si nunca nos hubiéramos ido, con las energías renovadas y las manos entrelazadas… al menos por los dos primeros días. Porque después, la oficina nos recibió como un huracán vestido de traje: elegante, exigente y ruidoso.
Firmas. Reuniones. Estrategias.
Y, entre todo eso… un detalle que no me daba tregua: Anny.
Mi hermanita menor —mi tormenta personal con sonrisa traviesa y puños de acero— se había obsesionado con un objetivo tan claro como inalcanzable: Silvano.
—Addy, ¿estás ocupada? —me preguntó por videollamada justo cuando estaba cerrando un acuerdo importante con una cadena hotelera.
—¿Cuándo no, Anny? —respondí, poniendo el teléfono frente a mi laptop mientras firmaba un