ADELINE DE FILIPPI
Italia nos recibió con ese perfume a historia que solo este país puede ofrecer. Piedras antiguas, jardines escondidos entre murallas y esa luz dorada que parece dibujada por un artista. Bajamos del avión tomados de la mano, como si el mundo no pudiera tocarnos mientras estuviéramos juntos.
Lucien no dijo una palabra en el trayecto. Solo me miraba.
Como si quisiera asegurarse de que yo estaba bien.
Como si estuviera grabando cada segundo en su memoria.
Yo también lo hacía.
Las calles de Milán pasaban veloces tras el cristal de la limusina, pero mis ojos solo lo buscaban a él. Estaba en casa. Pero mi verdadero hogar… era ese hombre.
—Dos días enteros —susurró, rozando mis dedos con los suyos—. Solo tú y yo. Sin llamadas, sin juntas, sin interferencias, sin tu padre. Te lo prometí… y pienso cumplirlo.
Y lo hizo.
El primer día fue lento.
Lleno de silencios hermosos, de miradas largas, de besos sin prisa. Nos quedamos en la mansión. Encerrados en nuestra habitación. Desn