LUCIEN MORETTI
La puerta se cerró tras Paolo y Noah, dejándonos solos.
Silvano frente a mí.
Aún no lo podía creer.
O mejor dicho… el hombre que por años dirigió la mafia italiana desde las sombras. El fantasma que ni los mejores sabuesos lograban identificar. El mismo que había salvado a Addy en medio del ataque y luego desaparecido sin dejar rastro. Siempre estuvo cerca, al lado de mi Addy.
Y ahora estaba frente a mí.
Con la espalda recta. El rostro sereno. Y el silencio tenso que solo los hombres peligrosos comparten.
Después de aclarar los límites entre nosotros y aceptar que volviera a ser el asistente de Addy, no pude evitar preguntarle:
—¿Cómo lo hiciste? — le pregunté con calma, aunque por dentro ardía—. ¿Cómo lograste estar tan cerca de ella sin que yo lo notara?
Silvano no parpadeó.
—Nunca fue con malas intenciones —respondió firme—. Jamás le hice daño. Jamás lo haría.
—Pero te enamoraste de ella.
Un segundo de pausa. Apenas perceptible. Pero suficiente.
—Sí —dijo sin dudar.