ANNELISSE DE FILIPPI
Tres días.
Habían pasado tres malditos días desde que recibimos la última señal del GPS que Oliver logró rastrear. Tres días con el corazón apretado, imaginando todos los escenarios posibles… y negándome a aceptar que el peor de ellos fuera cierto.
El helicóptero sobrevolaba una isla pequeña, cubierta de vegetación densa y rocas negras que parecían cuchillas. La coordenada parpadeaba en la pantalla portátil que llevaba en las manos, y cada segundo que pasaba nos acercaba más al punto exacto. Habíamos estado en medio del mar buscándolos sin descanso hasta que la señal del collar se hizo más fuerte y nos trajo a este lugar.
—La señal es estable —dijo Silvano, con la voz grave por encima del ruido de las hélices—. Si están aquí… los vamos a encontrar.
Yo apretaba la correa de mi mochila con los dedos entumecidos. No podía hablar. Tenía miedo de que mi voz traicionara el nudo que me estaba ahogando.
El piloto nos dio la señal y el helicóptero descendió en una pequeña