ANNELISSE DE FILIPI
No recuerdo cómo fue que llegamos al hospital. Sé que Silvano conducía como si los frenos no existieran y que yo iba con las manos apretadas sobre mis piernas, las uñas clavadas en la piel y mi lágrimas cayendo sin parar. Lo único que podía escuchar era mi propia respiración, acelerada, y el latido ensordecedor en mis oídos.
Cuando doblamos hacia la entrada, vi a través de las ventanas de la clínica a Addy, sentada junto a la cama de Lucien.
Yo no quería ser quien diera esta noticia. Pero no había nadie más.
—Anny… —me llamó Silvano antes de que bajara del auto—, ¿segura que quieres ser tú?
Asentí. No porque quisiera, sino porque era mi hermana. Y Addy necesitaba saberlo de mí.
Entramos juntos. Ella nos vio y enseguida se puso de pie, notando mi cara.
—¿Pasa algo? —preguntó, avanzando hacia nosotros.
Sentí cómo se me quebraba la voz antes de abrir la boca, mis lágrimas volvieron a caer.
—Asher… Asher y Clarita…
—¿Qué? —frunció el ceño, sin entender—. ¿Qué pasa con