Vamos para allá.
SILVANO DE SANTIS
El día en la mansión transcurría tranquilo. El sol se filtraba por los ventanales, y el aire olía a café recién hecho y a las rosas del jardín. Tenía a Anny entre mis brazos, su cabeza apoyada en mi pecho, cuando el sonido agudo de mi celular rompió la calma. No era una llamada cualquiera; el tono asignado me hizo tensar los músculos antes incluso de mirar la pantalla.
—Lucien… —murmuré al ver su nombre. Contesté de inmediato.
—Silvano… —su voz estaba cargada de dolor y esfuerzo—. Nos atacaron… estoy herido… necesito apoyo… te enviaré la ubicación.
La línea se cortó. Sentí un golpe seco en el estómago, como si me hubieran quitado el aire.
—¿Qué sucede? —preguntó Anny, alzando la mirada, con preocupación en los ojos.
—Atacaron a Lucien —respondí sin rodeos. Mi voz sonaba más fría de lo que sentía por dentro—. Necesito que te quedes acá.
No hubo tiempo para más explicaciones. En ese instante, Damián entró por la puerta principal cargando varias bolsas de una tienda de