ADELINE DE FILIPPI
El pasillo del hospital olía a desinfectante, pero para mí seguía oliendo a pólvora. El sonido de los disparos todavía rebotaba en mi cabeza como un eco imposible de apagar. Mis manos… mis manos estaban frías, a pesar de que no había dejado de apretar los puños desde que nos bajamos del coche.
Lucien había desaparecido tras esas puertas blancas, rodeado de médicos y enfermeras que se movían como un ejército disciplinado. Quise seguirlo, pero una enfermera me cortó el paso.
—Señorita, necesitamos espacio.
No supe si quería gritar o empujarla, pero me quedé donde estaba.
Me apoyé contra la pared, sintiendo cómo el sudor frío me pegaba la ropa al cuerpo.
Joel llegó minutos después, oliendo todavía a metal quemado. Caminaba de manera segura como siempre.
— Silvano me mandó para cuidarte, tengo hombre rodeando el hospital.
No respondí. Solo asentí, porque mi atención seguía clavada en la puerta del quirófano.
Pero no era lo único que me tenía al borde de la desesperació