PAOLO MORELOS
El eco de los últimos disparos aún vibraba en mis oídos cuando crucé el pasillo central. El olor a pólvora y metal quemado impregnaba cada pared, y aunque los cuerpos de los atacantes ya empezaban a ser retirados por los nuestros, el recuerdo de la batalla seguía vivo en el aire.
No perdí tiempo en mirar los daños. Mi prioridad era una sola: la sala de sistemas.
Avancé rápido, esquivando vidrios y muebles volcados. Cada paso que daba era una pregunta que me golpeaba la cabeza: ¿y si no estaba bien?, ¿y si no había llegado a tiempo?, ¿y si…? No quería ni terminar la frase en mi mente.
Llegué a la puerta reforzada, tecleé la clave en el panel de control, al sentir la puerta abrirse entré.
El cañón de una pistola se levantó de inmediato, apuntando directo a mi pecho.
—Tranquilo… soy yo —dije, alzando las manos.
Oliver me miró durante una fracción de segundo antes de bajar el arma. Su respiración era rápida, y tenía una mancha de sudor en la frente.
—Perdón… reflejos —dijo,