JOSH MEDICCI
Me sentía como una puta bomba de tiempo.
Desde que salí del despacho de Lucien, todo en mí temblaba. No por miedo. Sino porque me habían arrancado el aire con cada palabra.
“Mantén una relación profesional con mi hermana”
Lucien no gritó. No tuvo que hacerlo. Solo me miró con esos ojos de demonio frío y me lo dijo así, seco, claro, como una sentencia.
Y lo peor de todo… es que lo entendía.
Soy su guardaespaldas. Su soldado. El tipo que entrena, mata y protege. No el que se enamora de su hermanita menor. No el que la besa a escondidas. No el que la abraza mientras duerme y desea no soltarla nunca.
Pero joder, no era tan fácil.
¿Cómo se supone que se apaga esto?
¿Cómo se supone que borro la forma en que Marie me mira, como si yo valiera algo más que mi puntería?
¿Cómo se apaga el recuerdo de su piel contra la mía, de sus labios devorándome como si el mundo fuera a acabarse?
Me tiré sobre la cama con un suspiro largo, frotándome los ojos.
Debía alejarme. Era lo correcto.
Era