MARIE MORETTI
Cerré la puerta con fuerza.
Mis manos temblaban. Mis ojos ardían.
Las lágrimas caían sin pedir permiso, calientes, rebeldes, rabiosas.
Me las limpié con el dorso del brazo con torpeza, como si borrarlas pudiera borrar también el nudo que me apretaba el pecho.
—Marie —susurró una voz suave desde el pasillo.
Era Addy.
La vi y pasé junto a ella. Sus ojos se agrandaron al verme hecha pedazos.
—Estoy bien —mentí sin detenerme.
No podía hablar.
Si lo hacía, me quebraba.
Caminé directo al despacho de Lucien.
La rabia era mi única armadura.
Y la estaba a punto de usar.
Abrí la puerta sin tocar. Él estaba frente al ventanal, hablando por teléfono. Se giró al verme.
—Marie, estoy en una reunión…
—Ganaste —lo interrumpí sin rodeos. Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía—. Necesito que me cambies el guardaespaldas. Hoy.
Lucien frunció el ceño, colgó la llamada y se acercó a mí, pero yo di un paso atrás.
—¿Qué… qué pasó?
—Ganaste —repetí con una sonrisa rota—. Supongo que d