ESTEBAN RUSSO

Todo estaba perfectamente calculado.

Los tipos debían aparecer justo al salir del campus. Nada muy violento: un forcejeo, un intento de secuestro, yo actuando de héroe y Anny cayendo rendida ante mi “valentía”. Todo planeado por Matteo, todo medido… todo controlado.

O eso creía. Cuando vi su anillo el mundo se me vino abajo, ese maldito ya le había propuesto matrimonio, y ella aceptó, debía moverme rápido, teníamos que parar esto y que mejor que ser su nuevo héroe.

—Gracias por acompañarme —me dijo ella, con esa sonrisa que me deja medio idiota.

—Siempre es un placer salvarte del aburrimiento universitario.

Sonrió. Su mochila colgaba del hombro, el sol de la tarde le dibujaba reflejos dorados en el cabello, y yo casi olvido lo que venía. Casi.

Y entonces, como si estuviéramos en un maldito guion, aparecieron. Camioneta polarizada.

Tres tipos. Caras cubiertas. Intención clara.

Mi señal interna se activó. El plan estaba en marcha.

—¡Corre! —grité, tomándola de la mano.

Lo