Bastien no veía nada más que Kate, su Kate, en sus brazos. Su respiración era la única que le importaba. Y sus ojos, esos ojos que miraban al mundo con un destello de esperanza, ya casi apagados por la cantidad de sangre que le habían sacado. Pero él no iba a dejar que muriera, no mientras estuviera vivo. Miró a Joel.
— Quiero a todos los médicos de prisioneros, los haremos hablar, necesito saber por qué tomaron a Kate.
— Sí señor.
De un solo movimiento, la alzó, pegándola a su pecho, no dudó de tenerla lo más cerca de su corazón. Sus manos se movían como un relámpago, destrozando todo a su paso mientras avanzaba, dejando atrás una carnicería sin piedad.
Los hombres, los guardias que quedaban, intentaban detenerlo, disparando a ciegas. Pero Bastien era una sombra. Ya no era un hombre, era una bestia. Recibió el impacto de una bala en el brazo izquierdo, y no hizo más que girarse, y disparar. Tres muertos más a su lista, volvió a cargar el arma y siguió mientras sus hombre lo cubrían.