ADELINE DE FILIPPI.
Anny ya no era la misma.
Seguía cantando en la cocina, sí. Seguía dejando su ropa por toda la casa, sí. Pero había algo… diferente. Una luz que ya no encendía con la misma chispa. Como si hubiese aprendido a apagar su emoción justo antes de que estallara. Como si su corazón ahora tuviera freno.
Lo noté en los silencios.
En cómo bajaba el volumen de su música apenas yo entraba, de como cambiaba las canciones cuando hablaban de amor.
En cómo miraba hacia otro lado cuando se nombraba a Silvano.
Y lo peor de todo era que lo disimulaba bien.
Demasiado bien.
—¿Quieres venir conmigo hoy? —le pregunté esa mañana mientras tomábamos desayuno.
Ella sonrió con dulzura, pero negó con la cabeza.
—No, Addy. Hoy tengo planes… pero gracias.
No insistí. Porque aprendí que cuando Anny decía “tengo planes”, no era lo que pensábamos. Era su forma elegante de decir: “necesito espacio para que mi corazón respire sin desangrarse”.
Seguí tomando desayuno y Anny subió a cambiarse.
Poco desp