SILVANO DE SANTIS.
Los días pasaban lentos, estaba haciendo unos informes cuando abrí mi cajón por una pluma y ahí estaba, la bufanda que me había regalado Anny con una sonrisa tan dulce, ese mismo día la saqué para botarla, pero no pude, sobre todo porque tenía algo de su perfume, seguro porque la anduvo trayendo todo el día con ella.
Me quedé mirando la bufanda en mi cajón por un momento hasta que sentí esa odiosa voz, ahora entendía porque Noah no lo soportaba.
—¿La extrañas? —preguntó Paolo, sin levantar la vista de su Tablet, como si leyera mi mente.
Lo miré, cerré mi cajón, y volví a fijar la vista en mi laptop.
— No sé a quién te refieres.
—Deberías hablar con ella —añadió, alzando una ceja—. Aunque sea para disculparte.
—No tengo nada que disculparme —murmuré, pero incluso a mis oídos sonó a mentira.
— ¿Sabes lo que significan esas galletas que te trajo ese día en la familia de Addy? Amor puro y sincero. Son las galletas con las que su madre conquistó a su padre, son las gall