SILVANO DE SANTIS
El informe frente a mí hablaba de importaciones y logística.
Lo leí tres veces. O al menos fingí hacerlo. Porque en mi cabeza no había cifras. No había entregas, ni firmas, ni horarios.
Solo había una imagen.
Ella.
Anny.
Riendo del brazo de Paolo. Con la cabeza inclinada hacia él como si le hubiera contado un chiste perfecto. El tipo sonreía, relajado, como si tuviera todo el derecho del mundo de estar ahí. Como si… fuera parte de ella.
Y ella… no miraba atrás. Desde ese día en que fui a casa de Addy y me la encontré no he podido sacarla de mi cabeza y eso me está volviendo loco.
Me he arrepentido del día en que ella escuchó mis palabras —esas que no debió escuchar, esas que le desgarraron el alma —, ya no era la misma. Su voz dulce se había vuelto correcta. Formal. Lejana. Como si yo fuera un extraño. Como si no recordara que antes… me traía muffins y café. Y sus ojos brillaban al verme iluminando toda esta fría oficina.
Se comportaba como si hubiera aprendido, dem