JOSH MEDICCI
Bastien por fin bajó a Kate al suelo. La sonrisa que él le dedicó me sorprendió por lo dulce. No era la sonrisa del capo que manda; era la de un hombre que, por un instante, se permite ser solo un hombre enamorado.
—Ven aquí, Kitty —le dijo, y ella se rió con una felicidad descarada.
Aracely se separó de Lucca con esa elegancia que no es de vestidos, sino de alma. Sus ojos se posaron en mí y después en Marie. Ese azul me atravesó con calidez. Marie caminó y la abrazó, al separarse sonrió y me miró.
—¿Él? —preguntó, sin malicia.
—Él —contestó Marie, apretando mis dedos—. Josh.
Me tragué el susto, el respeto, la incomodidad. Tenía que decir algo que no sonara idiota.
—Señora… —empecé, inclinando un poco la cabeza—. Es un honor.
—Aracely —me corrigió con dulzura—. Y gracias por no dejar que mi niña cayera cuando el mundo se nos vino encima.
No supe qué responder. Mi boca quiso decir “cualquier cosa por ella”, pero mi cerebro decidió no morir a manos de Lucca a los diez segun