JOSH MEDICCI
El avión aterrizó en América al amanecer, pero mi corazón ya llevaba horas latiendo como loco. Mi hermano me había entrenado, Silvano me había templado… pero ninguno de ellos había logrado ponerme tan nervioso como lo hacía una sola persona: Marie.
La había visto en videollamadas, la había escuchado llorar bajito cuando pensaba que yo no me daba cuenta, y había sentido cada día de distancia como si me arrancaran un pedazo del pecho. Ahora, al fin, estaba aquí. No como soldado, si no como hijo adoptivo de una familia de hierro… estaba aquí como su hombre.
Lucca fue quien me recibió al bajar del avión. Sus ojos me analizaron de pies a cabeza, me había enviado el traje para combinar con el vestido de Marie y me cambíe en el avión.
—Sabes lo que significa esto, ¿verdad? —preguntó con voz grave.
—Sí, señor.
—No es solo acompañarla a su graduación. Es demostrar que puedes estar a la altura.
Tragué saliva, pero no bajé la mirada.
—No la dejaré caer. Nunca.
Lucca asintió, apenas.