Capítulo 62
Ternura
«No puede ser. Su destinado aún vive. Esa conexión no debería existir. No conmigo. No ahora.»
Y, sin embargo, allí estaba. Innegable. Latente. Ardiendo dentro de su pecho como si Maya lo hubiera marcado con sus dedos temblorosos y no con una luna bendecida por los dioses. Era como si su corazón —uno que juró no volver a sentir— estuviera despertando al ritmo de la respiración de ella.
Abrió los ojos y la miró. Maya dormía, con las mejillas aún encendidas por la intimidad. Una lágrima se había secado en la comisura de sus pestañas, como un rastro de vulnerabilidad que no había intentado ocultar.
«¿Qué eres tú para mí, Maya?», pensó, sintiendo que algo cambiaba irrevocablemente dentro de él.
Porque lo que sentía no podía ser falso.
Porque por primera vez desde la muerte de su luna, deseaba quedarse.
Deseaba cuidar.
Y lo peor, lo más abrumador: deseaba amar.
La habitación estaba sumida en una penumbra suave cuando Maya abrió los ojos. Una tenue luz azulada entraba po