El sol resplandecía sobre Galaea y parecía más brillante que nunca, así era al menos para los refugiados que habían sido acogidos en la capital. Un futuro mejor los aguardaba, pero seguían temiendo por la inminente guerra.
Un caballo galopaba como una estela por las calles, montado por un soldado karadesiano que se dirigía al palacio con premura. Era una sorpresa que la reina hubiera llegado tan pronto, no la esperaba hasta que todo el territorio estuviera asegurado, con todos los Dumas siendo parte de un mismo organismo. Sólo Eriot podía despertarlos y eso retrasaba las cosas, pero era mejor ir lento y con seguridad que de prisa y con descuido, así se lo había enseñado su padre humano.
A veces se preguntaba si el general de Arkhamis lo consideraba su enemigo, otras, si seguiría amándolo como a un hijo, si algún día podría llegar a comprender las motivaciones que guiaban ahora su corazón; si podrían volver a sentarse a conversar bebiendo un buen vino. Él no deseaba su mal. Prisionero e