LXXV Algunos destellos
En la aldea, guerreros y humanos habían logrado buena distancia de la barrera que los separaba de una muerte segura. Un Dumas llevaba al rey que, aunque herido, seguía con vida.

El grupo de avanzada llegó por fin a la capital y se refugió en los muros. El resto debía resguardar el regreso de Azot y enfrentar a los Dumas que aparecieran.

—¡Padre! ¡Padre, tus heridas! —Lis había vuelto a su forma humana.

Llegó arrastrándose junto al monarca, con manos y pies destrozados. Tenía él una profunda cortada que le había rebanado el vientre y se le veían las entrañas. Había llegado el fin de su gloriosa vida, así temieron sus súbditos, así lamentó su general y compañero de batallas, así lo lloró su hija.

Pese a la gravedad de sus lesiones, Lis lo observó, con asombro, ponerse de pie una vez más.

—¡¿Heridas?! ¡Soy el rey Camsuq! ¡El que domina a las bestias! ¡El que cuchichea con los dioses! ¡Nada puede detenerme, soy inmortal! —gritaba el hombre, con mirada enloquecida y las manos llenas de su
NatsZ

El sacrificio de Desz ha puesto fin a la guerra, pero la muerte es inevitable y Azot ha partido. ¿Podrá cumplir su promesa de volver junto a Lis?

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