Al alba llegó Alen a casa de su señor. Hizo labores de mantenimiento y casi a mediodía partieron al pueblo. El hombre había hecho una lista de lo que necesitaba, pero Alen no sabía leer así que debió acompañarlo.
Lo primero que consiguieron fue un caballo y una carreta. La fueron llenando con lo que el hombre ameritaba del mercado. Alen esperaba que fueran en su mayoría alimentos, pero lo único comestible eran cinco gallinas y un saco de maíz, para las gallinas. También compraron inciensos, ropas, aunque él consideraba que su señor tenía más que suficientes, sustancias limpiadoras y otras cosas que el joven consideró excentricidades.
—Mi señor, le sugiero llevar aceite para las lámparas.
—Ah, sí. Es una buena idea —señaló con indiferencia.
Alen fue por él a la taberna. La muchacha sonriente lo atendió, le preguntó por Jun y al oír la buena noticia, lució más sonriente aún. Cuando por fin salió con el aceite, su señor lo esperaba de brazos cruzados, apoyado en la carreta.
—¿Al menos