Abigail creyó haber encontrado el amor eterno en Pietro, pero al descubrir que su esposo solo la desea por su fortuna y que está detrás de la muerte de su padre, su mundo se desmorona. Una discusión llena de tensión los lleva al borde de un accidente, pero en lugar de morir, Abigail despierta en el pasado, justo el día de su boda. Con una segunda oportunidad en sus manos, decide desenmascarar a Pietro y hacer que pague por sus crímenes. Sin embargo, su plan toma un giro inesperado cuando Giorgio Rachad, un alfa enigmático y peligroso, se cruza en su camino. A pesar de la atracción prohibida, ambos deberán enfrentar un mundo que desprecia a Abigail por su naturaleza mestiza. Mientras secretos oscuros emergen y enemigos conspiran para separarlos, Abigail y Giorgio lucharán contra todo para defender lo único que podría salvarlos: un amor que desafía las reglas. ¿Podrá Abigail vengar a su padre y al mismo tiempo abrir su corazón a un futuro que jamás imaginó?
Ler maisGabriele apretaba el teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Su respiración era densa, cargada de odio, de rabia... y de culpa. Había anotado tres direcciones. Tres lugares donde se harían las próximas subastas. Lugares que él mismo había ayudado a proteger. Ahora, estaba a punto de destruirlos. —Toma nota —murmuró con voz baja. Del otro lado, el silencio fue su única respuesta al principio. Después, la voz de Abigail, suave pero firme, se filtró como veneno dulce. —Dime. Gabriele cerró los ojos. La traición se le anudó en la garganta. Dio las direcciones una por una, como si cada palabra le arrancara parte del alma. Cuando terminó, el silencio volvió. — gracias Gabriele esto significa mucho para mi—La voz de Abigail sonaba burlona. —No lo hago por ti —gruñó él—. Lo hago por ella. Así que más te vale que este bien. Abigail no respondió. Colgó. Él se dejó caer en la silla, sintiendo que cada fibra de su ser se desmoronaba. --- Horas más tarde, los ru
Gabriele caminaba de un lado a otro en su despacho, incapaz de encontrar un maldito respiro. El peso de sus decisiones lo aplastaba. Había traicionado al Consejo. Había escupido sobre todo aquello que alguna vez juró proteger. Todo por ella. Por su luna. Por la mujer que era la única razón por la que todavía respiraba. Y ahora... ahora estaba solo con su rabia, su culpa y el sabor amargo del fracaso. El timbre del teléfono retumbó en la casa vacía. Gabriele apretó la mandíbula y respondió de mala gana. —¿Qué? —gruñó. La voz nerviosa de uno de sus hombres atravesó la línea. —Señor... la subasta... fue un desastre. Se llevaron a todos. Humanos, ceros, varios alfas también. No sabemos cómo ocurrió, fue rápido, fue— Gabriele cerró los ojos, sintiendo que la ira le subía como una marea furiosa. Lo sabía. Lo sabía en el fondo de sus huesos que esto pasaría. —Yo me encargaré —dijo en voz baja, amenazante. Colgó antes de escuchar más excusas. Se apoyó en el borde del escritorio,
Apenas Giorgio se fue, el silencio volvió a caer en el salón. El eco de sus palabras, de su boca sobre la mía, seguía retumbando en mi mente, haciéndome dudar de lo que estaba haciendo. Me toqué los labios con furia, maldiciéndome por cada fibra de mi cuerpo que aún lo deseaba. —Maldito seas, Giorgio —susurré entre dientes—. No tienes derecho… No tenías derecho a remover lo que había enterrado. No tenías derecho a despertar lo que tanto me había costado silenciar. Yo no era esa mujer. No más. —¿Estás bien?— me preguntó Pietro. Yo lo mire y le di una sonrisa. —muy bien, ahora largo— le dije. El asintio y salió de casa, yo fui escaleras arriba, haata llegar a mi habitación. Entre y me quedé allí, por un momento pensando en lo que había pasado, mi estúpido corazón no dejaba de palpitar. Caminé hacia el enorme ventanal, tratando de calmar mi respiración. El reflejo del cristal me devolvió una imagen que odiaba: mis mejillas encendidas, mi pecho agitado, mi mirada nublada. Ese bes
Estaba anocheciendo cuando escuché la puerta principal abrirse de golpe.No me dio tiempo de reaccionar. Gabriele cruzó el umbral como una fiera, los ojos rojos de rabia, el cuerpo temblando de furia. Apenas lo vi, entendí que algo estaba mal, pero no pensé que su primer movimiento sería levantarme del sofá de un solo tirón y estrellarme contra la pared.—¡¿Dónde está?! —gruñó, con los dientes apretados y la mirada inyectada en odio— ¡¿Dónde la tienen?! Se que estás confabulando con esa hija de puta.—¡¿De qué carajo hablas, imbécil?! —le escupí, tratando de librarme de su agarre.Pero me volvió a empujar, esta vez contra la mesa. Todo se vino abajo. Botellas, papeles, mi paciencia.—A Bonnie. ¡Tu y esa perra se la llevaron! —bramó, jadeando— Me citaron. Fui listo para matar al hijo de puta que la secuestró. Pero no era cualquier bastardo... Era ella. Esa perra de Abigail. Ni siquiera el infierno la quiere.—¿Que te dijo?— le pregunté.—quiere destruir al consejo, ¡ella quiere destrui
La habitación era blanca. Fria. Sin ventanas. Solo un colchón en el suelo, una cámara que parpadeaba en la esquina y una soledad que parecía masticarle el alma. Bonnie llevaba días allí. O semanas. Tal vez más. Había perdido la noción del tiempo entre el silencio, el hambre y el miedo. Pensaba en Gabriele. En su cuerpo cálido, su respiración grave al dormir, sus manos recorriéndole la piel como si pudiera protegerla de todo. Pero ahora, todo era frío. Todo era distante. La puerta se abrió con un clic sordo. Bonnie se incorporó de inmediato. El corazón se le paralizó un segundo. Sus ojos se llenaron de terror. Era ella. Abigail. Entró con paso firme, vestida de negro. Se detuvo frente a ella y la observó en silencio, con esa mezcla de lástima y superioridad que provocaba escalofríos. —¿Qué quieres de mí? —preguntó Bonnie con voz quebrada—. Por favor… déjame ir. Abigail ladeó la cabeza, parecía pensativa, como si decidiera que hacer con e ella. —Eso no depende de mí. Depende de
El murmullo constante del restaurante llenaba el aire, mezclado con el tintinear de copas y los pasos apresurados de los meseros. Gabriele cruzó la puerta con paso firme, el ceño fruncido, las manos en los bolsillos del abrigo largo, y los ojos encendidos por una furia que no se molestaba en disimular. Cuando el leyó aquella nota, su rabia aumentó mucho más, convirtiéndolo en un animal furioso, con ganas de sangre. Una hoja doblada, sin firma, sin olor, sin rastros. "Si quieres volver a ver a Bonnie vendrás al restaurante La Storia. Mesa 23. Solo." Dudo en ir, pero Bonnie estaba en juego. Su Bonnie. Su alma. La mujer que lo volvía loco, que había visto en el, no a un monstruo, si no a alguien digno de amor. Ella con su inocencia lo había hecho olvidar aunque sea por periodos cortos de tiempo, que la vida podía ser brillante y no la oscuridad en la que el se había criado.. Y alguien la había arrebatado de su lado, y ahora la usaba para chantajearlo. No lo pensó dos veces. Se juró a
Alessandro buscó a un par de hombres de confianza, aunque en el fondo sabía que era una locura lo que Giorgio le había pedido. Pero él era su alfa, y le había jurado lealtad. Así que, aunque no estuviera de acuerdo, no tenía más opción que obedecer. La noche era fría, demasiado oscura. En el fondo, algo le decía que todo estaba mal. Junto a los dos lobos más, esperaban a que el reloj marcara la medianoche. No había luna, solo la tenue luz de las farolas rotas que parpadeaban como si fueran a apagarse de un segundo a otro. Alessandro revisó su arma por última vez, sintiendo el peso metálico en sus manos. Los otros lo imitaron, tensos, listos para lo que viniera. Con cautela, se dirigieron al almacén abandonado donde, supuestamente, retenían a la chica. El lugar era un esqueleto de cemento y hierro gastado, cubierto de grafitis, con un aire viciado de humedad y podredumbre. Rodearon el perímetro, asegurándose de que no hubiera guardias. Alessandro dio la señal. David, un tipo c
Mi mente no dejaba de pensar en ella. Yo la vi en ese lugar, hecha nada. Vi la sangre en su cuerpo desnudo, los ojos apagándose. Ese maldito disparo parecía mortal. Y sin embargo, ahí estaba. Viva. Lo peor de todo era que nunca me buscó. Aunque lo entiendo… yo fui un bastardo con ella.¡CARAJO! Pensar en ella me estaba volviendo loco. Me carcomía por dentro imaginar que me odiaba.Me bebí otro trago. El whisky me quemaba la garganta, pero no lograba quemar las preguntas.No entendía nada. Si era ella... ¿cómo seguía viva? ¿Dónde había estado todo este tiempo? ¿Y por qué ahora estaba con esos malditos lobos? ¿Qué quería conseguir secuestrando a esa chica? ¿Acaso no entendía lo peligroso que era meterse con mi hermano?La botella se me resbaló. Cayó sobre la alfombra con un golpe seco. La levanté rápido. Me paré de golpe. No podía quedarme quieto. Todo se estaba yendo al carajo otra vez, y mi cabeza era un maldito caos.Pensé en Pietro. Ese cabrón siempre metido donde no lo llaman. Él s
Días después.Una tras otra, imágenes de Bonnie aparecían frente a Gabriele: atada, la mirada oculta, su piel perdiendo color día a día. Pero nunca un mensaje claro, nunca una demanda. Solo ese goteo lento de agonía, calculado para corroerlo por dentro. Y Gabriele, el hombre que nunca se doblegaba, el que jamás dejaba escapar un gemido de dolor, se estaba desmoronando. —¡Es él! ¡Solo Giorgio sería capaz de esto! —rugió, estrellando una foto contra la pared con tanta fuerza que el marco saltó en pedazos. No quedaban alternativas. Si su hermano quería guerra, la tendría. Pero esta vez, no habría reglas. salió de su oficina rumbo a la casa de Giorgio. {...} Gabriele irrumpió en la casa de Giorgio como un huracán, derribando a los guardias que intentaron frenarlo. El cañón de su arma brilló bajo la luz del vestíbulo. Giorgio que bajaba las escaleras quedó viendo a su hermano con el celo fruncido. —¡¿DÓNDE ESTÁ BONNIE?! —grito el con desesperación. dentro el estaba murie