Abigail creyó haber encontrado el amor eterno en Pietro, pero al descubrir que su esposo solo la desea por su fortuna y que está detrás de la muerte de su padre, su mundo se desmorona. Una discusión llena de tensión los lleva al borde de un accidente, pero en lugar de morir, Abigail despierta en el pasado, justo el día de su boda. Con una segunda oportunidad en sus manos, decide desenmascarar a Pietro y hacer que pague por sus crímenes. Sin embargo, su plan toma un giro inesperado cuando Giorgio Rachad, un alfa enigmático y peligroso, se cruza en su camino. A pesar de la atracción prohibida, ambos deberán enfrentar un mundo que desprecia a Abigail por su naturaleza mestiza. Mientras secretos oscuros emergen y enemigos conspiran para separarlos, Abigail y Giorgio lucharán contra todo para defender lo único que podría salvarlos: un amor que desafía las reglas. ¿Podrá Abigail vengar a su padre y al mismo tiempo abrir su corazón a un futuro que jamás imaginó?
Leer másHace un par de semanas, tuve un pequeño mareo, así que decidí hacerme un chequeo general. Estaba segura de que era un embarazo y fui ilusionada a mi médico de cabecera. Sin embargo, nada me preparó para la noticia que llegó. No estaba embarazada, pero habían encontrado una masa extraña en mis ovarios. Mi doctor intentó tranquilizarme, pero yo ya sabía lo que eso significaba. A pesar de todo, conservaba una pequeña esperanza... esperanza que se desvaneció por completo el día de hoy.
Era estéril. Esa masa jamás me dejaría ser madre. Sentía que mi vida estaba arruinada. Siempre había soñado con ser madre, con formar una familia junto a Pietro. Ahora, ese sueño se había desmoronado en mil pedazos. Me tragué un sollozo. Desde hace un par de años, Pietro y yo empezamos a tener problemas. Él me reclamaba el no poder darle una familia, y eso me destrozaba el alma, así que insistía en que tal vez Dios no quería darnos hijos por el momento. Pero descubrí que si era yo la del problema. Subí al coche y me miré en el espejo retrovisor. ¿Cómo podía ser yo suficiente para él? Nunca lo entendí. Había tantas mujeres hermosas, y aun así él me eligió a mí, y a pesar de nuestras peleas, de que yo no le había podido dar un hijo, él aún seguía conmigo. Limpié las lágrimas de mi rostro y me recosté por un momento en el respaldo del asiento. Cerré los ojos con fuerza, tratando de detener mis lágrimas, pero era inútil. No podía contenerlas. Saber que nunca podría darle un hijo me partía el alma. Tenía tantos planes... Cuando logré calmarme un poco, puse el coche en marcha. Conduje en completo silencio, pero el torbellino de pensamientos en mi cabeza me estaba volviendo loca. Solo quería llegar a casa, decirle todo a Pietro, aunque sabía que él no lo tomaría bien. Al llegar a casa, corrí hacia la puerta y la abrí. Él estaba al pie de la escalera, hablando por teléfono con una expresión de preocupación. ¿Acaso ya sabía lo que el doctor me había dicho? Mi corazón empezó a latir con fuerza, y me acerqué a él poco a poco, hasta que estuve frente a frente. Él me miró, y todo en mí se paralizó. Mis manos empezaron a sudar. —¿Ya lo sabes? —pregunté. Él asintió con la cabeza, y yo tragué el nudo enorme que tenía en la garganta mientras le dedicaba una media sonrisa. —Perdón por no poder darte los hijos que tanto quieres, pero podemos adoptar —le dije entre el llanto. Su expresión cambió por completo. Era como si no me estuviera entendiendo. —¿De qué hablas? —me preguntó. Tragué el nudo que se me había formado en la garganta y, con manos temblorosas, busqué los exámenes en mi bolso y se los entregué. Él los miró, y el tiempo se detuvo. Yo me sentía más pequeña y vulnerable que nunca. —Eres una buena para nada, Abigail. Ni para darme hijos sirves —me dijo con la voz llena de rencor. Yo lo abracé con fuerza, pero él me apartó empujándome y haciéndome caer al suelo. —Perdóname —le supliqué. Pietro se agachó y me miró a los ojos. —¿Perdonarte? Esto no se perdona. Tú ni siquiera deberías llamarte mujer. Estás seca por dentro —me dijo furioso. Me arrodillé frente a él y empecé a pedirle perdón. Era comprensible que él estuviera así; todo era mi culpa. Yo siempre fui el problema, y él era perfecto. —Podemos adoptar —le volví a sugerir. Pietro agarró mi mandíbula con fuerza y me empujó, haciéndome caer de nuevo. —No criaré al hijo de otra persona —me dijo y se levantó. Su teléfono sonó, y él contestó de inmediato. —No estoy haciendo nada importante. Estaré allí lo más pronto posible —le dijo a la persona con la que hablaba. Sentí cómo algo dentro de mí se partía en mil pedazos. Su actitud hacia mí era tan cruel. Yo me acababa de enterar que nunca tendría hijos, y él prefería irse con quién sabe qué persona. —No te vayas, por favor —le supliqué en un último intento por recuperar todo esto. —Tengo cosas más importantes que hacer que verte llorar. Ahora levántate, te ves patética —me dijo. Me tiré a sus pies y envolví mis brazos alrededor de sus piernas. Yo lo amaba, y aunque me doliera todo esto, él era lo único que me quedaba, y no estaba dispuesta a dejarlo ir tan fácil. —Perdóname, te juro que lo solucionaré —le dije entre el llanto. Él me apartó de sí y me miró. Su mirada era de lástima, como si yo fuera un perro lleno de costras que está en la calle. —Tu madrastra me necesita, así que no me hagas perder el tiempo —me dijo. Asentí con la cabeza, resignada, porque sabía cuánto le debía Pietro a mi madrastra. Ella lo había acogido cuando él era un adolescente perdido, dándole un hogar y un futuro. Me levanté y me puse de puntillas para darle un beso de despedida, pero él apartó el rostro, y mi beso aterrizó en su mejilla. Se dio la vuelta y se fue, dejándome sola y con el corazón hecho pedazos. Me dejé caer en el primer escalón de la escalera, incapaz de sostenerme. Las lágrimas, tímidas al principio, empezaron a salir con fuerza. No lloraba solo por él. Lloraba por mí, por todo lo que estaba perdiendo. Tomé mi cartera y corrí a mi habitación. Quería refugiarme en las suaves mantas de mi cama, dormir y soñar que nada de esto estaba pasando. Al entrar, me dirigí al espejo de cuerpo completo que estaba en un rincón. Me miré de arriba abajo, viendo lo demacrada que estaba. Mi ropa era sencilla, cero maquillaje, mi cabello siempre recogido en un moño detrás del cuello. Definitivamente, Pietro merecía a alguien mejor que yo, y ahora que sabía que no podía darle un hijo, lo mejor era terminar con todo. Él no merecía sufrir por mis carencias. Me divorciaría de él y le dejaría el camino libre para ser feliz, aunque eso significara morir lentamente. Tomé lápiz y papel y escribí una nota donde le decía que lo dejaba libre, que no me buscara. Le expliqué que mis abogados se pondrían en contacto con él cuando los papeles del divorcio estuvieran listos.El motor se apagó. El silencio que siguió fue brutal.nGiorgio bajó primero. Yo tardé un segundo más. El refugio parecía un templo olvidado entre sombras y árboles. La tensión se cortaba en el aire apenas pusimos un pie dentro. Las miradas se clavaron en Giorgio como cuchillos. Él lo sabía. para todos en ese lugar el era el enemigo.—creo que no soy bienvenido aqui— me dijo en voz baja y en tono de burla como para bajar un poco la tensión.—no hagas que te maten— le dije. Giorgio asintió con la cabeza y miró de un lado a otro.Raffaele apareció entre la multitud y camino hacia nosotros con lentitud. Alto, delgado, con el rostro cruzado por arrugas que no lo debilitaban, sino que lo convertían en algo más temible: experiencia viva.—Raffaele… —murmuró Giorgio, y su voz no ocultó el asombro.— Giorgio. que bueno verte aqui— le dijo él.Giorgio se veía confundido y me miró, ¿pero que le podía decir yo?—¿desde cuándo estás con ellos?— le pregunto. —desde siempre, es injusto todo lo que
la velada siguió igual de tensa, todos me miraban por el rabillo del ojo. pero la única mirada que realmente pesaba era la de él, de Giorgio. me hacía sentir tan incomoda.—viene hacia aqui— me dijo Kael.Yo no sabía a lo que se refería y entonces lo entendí, era Giorgio caminando hasta nosotros.—Ven conmigo, por favor.Giorgio me lo susurró cerca del oído, como si el peso de lo que estaba a punto de decir no pudiera ser compartido con el mundo. Había esperado toda la noche para hablarme. —dejame en paz — le dije. pero él no se apartó.—dame cinco minutos por favor — me pidio.Yo miré a Kael y el asintio con la cabeza, así que me levanté y acompañe a Giorgio al jardín. —¿Qué quieres? —le espeté sin rodeos, sintiendo todavía el ardor de su mirada cuando desfilé con Kael entre los lobos del salón. —Quiero salvarte, maldita sea —dijo, y su voz quebrada me tomó por sorpresa. —¿Salvarme? ¿Después de abandonarme? Giorgio se acercó más. En sus ojos había culpa. Rabia. Dolor. Y deseo.
Hoy era el día en que me enfrentaría directamente a todos ellos, quería ver sus rostros llenos de rabia y frustración.pero en especial quería ver el rostro de Dunkel, quería ver en sus ojos el odio hacia mi, disfrutar de cada mirada de rencor. quería que todos supieran que no pudieron derrotar a un simple cero.El evento de hoy definitivamente era crucial para nuestros planes, hoy le declararemos la guerra a todo el concejo.El rojo sangre de mi vestido abrazaba cada curva de mi cuerpo como si hubiera sido hecho a medida. Cada paso que daba con los tacones negros resonaba como un golpe en la conciencia de quienes me habían dado por muerta. Estaba viva. Más viva que nunca. Y esa noche… esa noche iban a recordarlo.Entré al salón con la barbilla en alto, el corazón latiendo como un tambor de guerra. Todo estaba bañado en luces doradas y música elegante, pero lo que sentí al cruzar la puerta fue tensión. Un silencio cargado, una pausa incómoda que corté con mi presencia. Era la única ce
Gabriele apretaba el teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Su respiración era densa, cargada de odio, de rabia... y de culpa. Había anotado tres direcciones. Tres lugares donde se harían las próximas subastas. Lugares que él mismo había ayudado a proteger. Ahora, estaba a punto de destruirlos. —Toma nota —murmuró con voz baja. Del otro lado, el silencio fue su única respuesta al principio. Después, la voz de Abigail, suave pero firme, se filtró como veneno dulce. —Dime. Gabriele cerró los ojos. La traición se le anudó en la garganta. Dio las direcciones una por una, como si cada palabra le arrancara parte del alma. Cuando terminó, el silencio volvió. — gracias Gabriele esto significa mucho para mi—La voz de Abigail sonaba burlona. —No lo hago por ti —gruñó él—. Lo hago por ella. Así que más te vale que este bien. Abigail no respondió. Colgó. Él se dejó caer en la silla, sintiendo que cada fibra de su ser se desmoronaba. --- Horas más tarde, los ru
Gabriele caminaba de un lado a otro en su despacho, incapaz de encontrar un maldito respiro. El peso de sus decisiones lo aplastaba. Había traicionado al Consejo. Había escupido sobre todo aquello que alguna vez juró proteger. Todo por ella. Por su luna. Por la mujer que era la única razón por la que todavía respiraba. Y ahora... ahora estaba solo con su rabia, su culpa y el sabor amargo del fracaso. El timbre del teléfono retumbó en la casa vacía. Gabriele apretó la mandíbula y respondió de mala gana. —¿Qué? —gruñó. La voz nerviosa de uno de sus hombres atravesó la línea. —Señor... la subasta... fue un desastre. Se llevaron a todos. Humanos, ceros, varios alfas también. No sabemos cómo ocurrió, fue rápido, fue— Gabriele cerró los ojos, sintiendo que la ira le subía como una marea furiosa. Lo sabía. Lo sabía en el fondo de sus huesos que esto pasaría. —Yo me encargaré —dijo en voz baja, amenazante. Colgó antes de escuchar más excusas. Se apoyó en el borde del escritorio,
Apenas Giorgio se fue, el silencio volvió a caer en el salón. El eco de sus palabras, de su boca sobre la mía, seguía retumbando en mi mente, haciéndome dudar de lo que estaba haciendo. Me toqué los labios con furia, maldiciéndome por cada fibra de mi cuerpo que aún lo deseaba. —Maldito seas, Giorgio —susurré entre dientes—. No tienes derecho… No tenías derecho a remover lo que había enterrado. No tenías derecho a despertar lo que tanto me había costado silenciar. Yo no era esa mujer. No más. —¿Estás bien?— me preguntó Pietro. Yo lo mire y le di una sonrisa. —muy bien, ahora largo— le dije. El asintio y salió de casa, yo fui escaleras arriba, haata llegar a mi habitación. Entre y me quedé allí, por un momento pensando en lo que había pasado, mi estúpido corazón no dejaba de palpitar. Caminé hacia el enorme ventanal, tratando de calmar mi respiración. El reflejo del cristal me devolvió una imagen que odiaba: mis mejillas encendidas, mi pecho agitado, mi mirada nublada. Ese bes
Último capítulo