Mundo ficciónIniciar sesiónAbigail creyó haber encontrado el amor eterno en Pietro, pero al descubrir que su esposo solo la desea por su fortuna y que está detrás de la muerte de su padre, su mundo se desmorona. Una discusión llena de tensión los lleva al borde de un accidente, pero en lugar de morir, Abigail despierta en el pasado, justo el día de su boda. Con una segunda oportunidad en sus manos, decide desenmascarar a Pietro y hacer que pague por sus crímenes. Sin embargo, su plan toma un giro inesperado cuando Giorgio Rachad, un alfa enigmático y peligroso, se cruza en su camino. A pesar de la atracción prohibida, ambos deberán enfrentar un mundo que desprecia a Abigail por su naturaleza mestiza. Mientras secretos oscuros emergen y enemigos conspiran para separarlos, Abigail y Giorgio lucharán contra todo para defender lo único que podría salvarlos: un amor que desafía las reglas. ¿Podrá Abigail vengar a su padre y al mismo tiempo abrir su corazón a un futuro que jamás imaginó?
Leer másEl motor se apagó. El silencio que siguió fue brutal.nGiorgio bajó primero. Yo tardé un segundo más. El refugio parecía un templo olvidado entre sombras y árboles. La tensión se cortaba en el aire apenas pusimos un pie dentro. Las miradas se clavaron en Giorgio como cuchillos. Él lo sabía. para todos en ese lugar el era el enemigo.—creo que no soy bienvenido aqui— me dijo en voz baja y en tono de burla como para bajar un poco la tensión.—no hagas que te maten— le dije. Giorgio asintió con la cabeza y miró de un lado a otro.Raffaele apareció entre la multitud y camino hacia nosotros con lentitud. Alto, delgado, con el rostro cruzado por arrugas que no lo debilitaban, sino que lo convertían en algo más temible: experiencia viva.—Raffaele… —murmuró Giorgio, y su voz no ocultó el asombro.— Giorgio. que bueno verte aqui— le dijo él.Giorgio se veía confundido y me miró, ¿pero que le podía decir yo?—¿desde cuándo estás con ellos?— le pregunto. —desde siempre, es injusto todo lo que
la velada siguió igual de tensa, todos me miraban por el rabillo del ojo. pero la única mirada que realmente pesaba era la de él, de Giorgio. me hacía sentir tan incomoda.—viene hacia aqui— me dijo Kael.Yo no sabía a lo que se refería y entonces lo entendí, era Giorgio caminando hasta nosotros.—Ven conmigo, por favor.Giorgio me lo susurró cerca del oído, como si el peso de lo que estaba a punto de decir no pudiera ser compartido con el mundo. Había esperado toda la noche para hablarme. —dejame en paz — le dije. pero él no se apartó.—dame cinco minutos por favor — me pidio.Yo miré a Kael y el asintio con la cabeza, así que me levanté y acompañe a Giorgio al jardín. —¿Qué quieres? —le espeté sin rodeos, sintiendo todavía el ardor de su mirada cuando desfilé con Kael entre los lobos del salón. —Quiero salvarte, maldita sea —dijo, y su voz quebrada me tomó por sorpresa. —¿Salvarme? ¿Después de abandonarme? Giorgio se acercó más. En sus ojos había culpa. Rabia. Dolor. Y deseo.
Hoy era el día en que me enfrentaría directamente a todos ellos, quería ver sus rostros llenos de rabia y frustración.pero en especial quería ver el rostro de Dunkel, quería ver en sus ojos el odio hacia mi, disfrutar de cada mirada de rencor. quería que todos supieran que no pudieron derrotar a un simple cero.El evento de hoy definitivamente era crucial para nuestros planes, hoy le declararemos la guerra a todo el concejo.El rojo sangre de mi vestido abrazaba cada curva de mi cuerpo como si hubiera sido hecho a medida. Cada paso que daba con los tacones negros resonaba como un golpe en la conciencia de quienes me habían dado por muerta. Estaba viva. Más viva que nunca. Y esa noche… esa noche iban a recordarlo.Entré al salón con la barbilla en alto, el corazón latiendo como un tambor de guerra. Todo estaba bañado en luces doradas y música elegante, pero lo que sentí al cruzar la puerta fue tensión. Un silencio cargado, una pausa incómoda que corté con mi presencia. Era la única ce
Gabriele apretaba el teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Su respiración era densa, cargada de odio, de rabia... y de culpa. Había anotado tres direcciones. Tres lugares donde se harían las próximas subastas. Lugares que él mismo había ayudado a proteger. Ahora, estaba a punto de destruirlos. —Toma nota —murmuró con voz baja. Del otro lado, el silencio fue su única respuesta al principio. Después, la voz de Abigail, suave pero firme, se filtró como veneno dulce. —Dime. Gabriele cerró los ojos. La traición se le anudó en la garganta. Dio las direcciones una por una, como si cada palabra le arrancara parte del alma. Cuando terminó, el silencio volvió. — gracias Gabriele esto significa mucho para mi—La voz de Abigail sonaba burlona. —No lo hago por ti —gruñó él—. Lo hago por ella. Así que más te vale que este bien. Abigail no respondió. Colgó. Él se dejó caer en la silla, sintiendo que cada fibra de su ser se desmoronaba. --- Horas más tarde, los ru
Gabriele caminaba de un lado a otro en su despacho, incapaz de encontrar un maldito respiro. El peso de sus decisiones lo aplastaba. Había traicionado al Consejo. Había escupido sobre todo aquello que alguna vez juró proteger. Todo por ella. Por su luna. Por la mujer que era la única razón por la que todavía respiraba. Y ahora... ahora estaba solo con su rabia, su culpa y el sabor amargo del fracaso. El timbre del teléfono retumbó en la casa vacía. Gabriele apretó la mandíbula y respondió de mala gana. —¿Qué? —gruñó. La voz nerviosa de uno de sus hombres atravesó la línea. —Señor... la subasta... fue un desastre. Se llevaron a todos. Humanos, ceros, varios alfas también. No sabemos cómo ocurrió, fue rápido, fue— Gabriele cerró los ojos, sintiendo que la ira le subía como una marea furiosa. Lo sabía. Lo sabía en el fondo de sus huesos que esto pasaría. —Yo me encargaré —dijo en voz baja, amenazante. Colgó antes de escuchar más excusas. Se apoyó en el borde del escritorio,
Apenas Giorgio se fue, el silencio volvió a caer en el salón. El eco de sus palabras, de su boca sobre la mía, seguía retumbando en mi mente, haciéndome dudar de lo que estaba haciendo. Me toqué los labios con furia, maldiciéndome por cada fibra de mi cuerpo que aún lo deseaba. —Maldito seas, Giorgio —susurré entre dientes—. No tienes derecho… No tenías derecho a remover lo que había enterrado. No tenías derecho a despertar lo que tanto me había costado silenciar. Yo no era esa mujer. No más. —¿Estás bien?— me preguntó Pietro. Yo lo mire y le di una sonrisa. —muy bien, ahora largo— le dije. El asintio y salió de casa, yo fui escaleras arriba, haata llegar a mi habitación. Entre y me quedé allí, por un momento pensando en lo que había pasado, mi estúpido corazón no dejaba de palpitar. Caminé hacia el enorme ventanal, tratando de calmar mi respiración. El reflejo del cristal me devolvió una imagen que odiaba: mis mejillas encendidas, mi pecho agitado, mi mirada nublada. Ese bes
Último capítulo