El sol emergió hacia los cielos al mismo tiempo que Alen llegaba a la puerta de su señor. La puntualidad era un rasgo que el hombre admiraba y su aprecio por el muchacho no hizo más que aumentar.
En el patio trasero de la propiedad había un pozo y una pileta en la que Alen fue amontonando las ropas sucias. Eran abundantes. Prendas finas y delicadas, que lavó con los insumos que su señor le proveyó. Le siguieron varios juegos de sábanas y colchas, unas cuantas cortinas y dos alfombras. A mediodía, los tendederos que él mismo tuvo que instalar, cruzaban el patio como telarañas de un lado a otro en una intrincada red. Había terminado y secó el sudor de su frente, conforme con su desempeño.
Buscó a su señor para informarle y lo encontró en el comedor, sentado frente a una mesa tan abundantemente servida que no pudo articular palabra.
—Descansa un momento y come. Necesitarás energías para continuar.
Alen se sentó, embobado. Permaneció observando todo, sin probar bocado. Parecía un sueño.