La tenue luz que se colaba por las frondosas ramas sobre la cabeza de Alen iluminaba apenas el camino. Pese a la oscuridad, sus pasos eran seguros en la tierra blanda. Sabía exactamente dónde pisar, como si hubiera transitado por allí muchas veces o tuviera la ruta grabada en su cabeza, justo tras la presión en su frente.
Un búho ululó sobre una rama, mirando al intruso que, con su andar ruidoso, espantaba a sus presas. Alen siguió como si nada, víctima de un estado de trance muy cercano al fanatismo. Buscaba explicaciones a su sentir. Ya no era sólo la presión en su entrecejo, ahora todo su cuerpo era llamado hacia algún lugar en las oscuras profundidades del bosque. Alen era una esquirla de metal y un imán gigantesco lo atraía.
Y aquella inexplicable sensación lo fascinaba, como nunca antes. En su mundo siempre sereno, aparecía algo de disrupción. Era refrescante y comprender la razón lo sería mucho más.
Sus pasos se detuvieron al llegar a un pequeño claro de aspecto grisáceo por l