El salón estaba lleno.
No solo de personas, sino de expectativas.
Denisse sentía el peso de cada mirada clavándose en su espalda mientras avanzaba tomada del brazo de William hacia el centro del escenario improvisado. Luces blancas, copas levantadas, murmullos controlados. Todo era elegante. Medido. Perfecto.
Demasiado perfecto.
William habló primero. Su voz era firme, segura, con ese tono de abogado acostumbrado a dominar espacios. Agradeció la presencia de los invitados, habló del crecimiento de sus proyectos, de la unión de dos visiones, de la importancia de construir algo sólido y duradero.
Denisse escuchaba… pero no del todo.
Porque lo vio.
Noah estaba ahí.
De pie, ligeramente apartado del resto, con una copa intacta en la mano. No sonreía. No hablaba. Solo miraba.
A ella.
El golpe fue inmediato.
No había reproche en su rostro. No había enojo. Solo algo mucho peor: dolor abierto, sin defensa.
Denisse sintió cómo el aire se le atoraba en el pecho.
—…y es por eso —continuó William—