La mañana avanzaba despacio sobre la ciudad, envolviendo el edificio con una claridad suave que no hería los ojos. Desde el décimo piso, la oficina de Denisse parecía suspendida en un punto exacto entre el ruido exterior y un silencio cuidadosamente diseñado. El tráfico se percibía como un murmullo lejano; un recordatorio constante de que el mundo seguía moviéndose incluso cuando ella se detenía a pensar.
El espacio había sido pensado para eso: para respirar. Madera clara en el piso, plantas altas cerca de las ventanas, paredes blancas apenas interrumpidas por ilustraciones infantiles de líneas delicadas. Nada era ostentoso. Todo tenía un propósito.
Denisse estaba de pie frente a la pizarra de cristal, con el marcador aún entre los dedos. Había escrito una lista larga, meticulosa, ordenada con viñetas pequeñas que solo ella entendía del todo:
Capacitación emocional docente.
Evaluación psicológica inicial.
Protocolos de protección infantil.
Seguimiento trimestral.
Taller de contención