El auto de William se detuvo frente a la mansión Winchester con una precisión casi quirúrgica. Denisse observó la fachada iluminada, las columnas blancas, los ventanales amplios que parecían mirarla de vuelta, como si la casa misma la reconociera… y no la perdonara.
Hacía años que no cruzaba ese umbral.
—¿Estás segura? —preguntó William con suavidad, apagando el motor—. Si quieres, puedo entrar solo y decir que…
—No —lo interrumpió ella, respirando hondo—. Tengo que hacerlo.
William la observó unos segundos más, como si intentara leer entre líneas. Luego descendió del vehículo y rodeó el auto para abrirle la puerta. Siempre atento. Siempre correcto. Demasiado.
Denisse bajó, alisó instintivamente su vestido y caminó junto a él hacia la entrada. Cada paso se le hacía más pesado que el anterior.
La puerta se abrió antes de que tocaran.
—¡Denisse!
Fred apareció en el recibidor. Más alto. El rostro más serio. Ya no era el niño pequeño que se aferraba a su pierna cuando tenía pesadillas.
—F