La orden de Lorenzo rompió la calma de la sala con la violencia de un disparo.
Aurora no miró atrás. El miedo le inyectó una dosis de adrenalina fría que le permitió moverse antes de pensar.
A su espalda, escuchó a Lorenzo ladrando órdenes a Marco, voces rápidas y letales que se mezclaban con el sonido de cerrojos automáticos cerrándose en la planta baja. Ya no era su prometido. Era el comandante de una fortaleza bajo fuego.
El mundo se aceleró.
La calma de la noche se evaporó ante el aullido estridente de la sirena perimetral. Las luces de la casa parpadearon una vez antes de tornarse rojas, bañando las paredes con sombras sangrientas.
Aurora subió los escalones de dos en dos, con el corazón golpeándole la garganta. Irrumpió en la habitación de los niños.
—¡Matteo! ¡Elisabetta!
Matteo ya estaba despierto. Estaba sentado en su cama, con la espalda pegada a la pared y las rodillas contra el pecho. Sus ojos oscuros estaban muy abiertos, procesando el ruido de la sirena con una quietud