44 | Eres mía, Aurora

El sonido del teléfono fue una cuchillada en la quietud de la noche.

La vibración, sorda y persistente, rompió el santuario que Aurora y Lorenzo habían construido. El calor del abrazo se evaporó al instante, reemplazado por el aire helado de la realidad.

Aurora sintió cómo el cuerpo de Lorenzo se tensaba contra el suyo. Los músculos de su espalda, que se habían relajado bajo sus caricias, se convirtieron en un muro de acero. La ternura desapareció, y en su lugar, el Capo regresó.

Él la soltó, pero no del todo. Su mano se mantuvo en la curva de su cintura, un gesto de posesión, como si temiera que ella se desvaneciera si la soltaba. Tomó el móvil y contestó.

—Dime.

La voz de Lorenzo era un susurro grave, un sonido que no admitía réplica.

Aurora observó, su corazón latiendo con un ritmo sordo en sus oídos. No podía oír a la persona al otro lado de la línea, solo la transformación de Lorenzo. Vio cómo su mandíbula se apretaba, cómo su mirada, fija en la oscuridad más allá de la ventana,
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