Aurora se movía por la casa con una sensación de déjà vu que le oprimía el pecho. Era la misma quietud opresiva que había precedido a la noche del secuestro.
Por la tarde, mientras pasaba tiempo con los niños en la sala de juegos, lo que había ocurrido en la mañana había quedado atrás. O al menos eso parecía.
Elisabetta dibujaba distraída, pero Matteo estaba callado, observando en silencio.
Aurora sintió una punzada de resentimiento. No hacía Lorenzo, sino hacia las sombras que él intentaba combatir. Le estaban robando la infancia a los niños y la paz al hombre que amaba.
El pañuelo de seda con sus iniciales era una daga de hielo suspendida sobre sus cabezas. Aurora entendía perfectamente la metáfora. Ella era el hilo suelto que El Sastre amenazaba con cortar.
Se sentía marcada, expuesta, y la fiereza protectora que Lorenzo había mostrado la asustaba casi tanto como la amenaza misma, porque sabía lo que él era capaz de hacer por protegerlos.
En un momento, escuchó la llegada de un ve