Lorenzo no soltó su mano. Su órden había sido un susurro pero también un reclamo. Aurora enlazó sus dedos con los de él y se dejó llevar escaleras arriba. El hombre de la mafia que negociaba con frialdad, aquél Capo peligroso que comenzaba a prepararse para una contienda inevitable que prometía ser violenta, se había quedado en el medio de aquella sala.
Quien la guiaba ahora por un corredor silencioso, era Lorenzo. El hombre que ella amaba y que había jurado protegerla.
El mundo exterior, con sus Consejos de hombres peligrosos, pañuelos de seda y amenazas veladas, se disolvió con cada paso que daban hacia el ala residencial. La mansión, que minutos antes se sentía como el epicentro de una guerra fría, ahora se reducía a la tensión eléctrica que vibraba entre sus manos entrelazadas.
Llegaron a la puerta de la habitación principal de él. Lorenzo no la abrió de inmediato. Se detuvo, girándose para mirarla en la penumbra. Su mirada oscura reflejaba una emoción que a ella lo ataba más a é