—Tenías razón, niñera —la voz arrogante de Isabella se filtró en medio de la tormenta—. Siempre estuve detrás de todo.
Su silueta, fría y segura en su traje negro, contrastaba con la vulnerabilidad que reflejaba Aurora, descalza y en pijamas, con el cuerpo tenso y ardiendo. Los dos hombres armados solidificaban la traición en medio de un terreno hostil.
Aurora ni siquiera sintió miedo ante la amenaza de las armas apuntándole, solo pensaba en los niños temblorosos en los brazos de Isabella. Su voz, que había sido un hilo de desesperación, se tensó hasta convertirse en un alambre de acero.
—Isabella, por favor. Lo que tengas que resolver es entre nosotros, conmigo y con Lorenzo. Pero a ellos… —Aurora dió otro paso. La mano de uno de los hombres se movió imperceptiblemente, un aviso mudo—. A ellos déjalos en paz. Son tus propios hijos, Isabella.
La exesposa soltó una risa burlona y fría, destilando una satisfacción maliciosa ante el poder absoluto. Era la calma de la cumbre, la paz que s