En medio de la tormenta, el rugido de un motor interrumpió el lamento de Aurora. No era el ruido sutil de una huida, sino la embestida desesperada de un predador acorralado. El sonido se volvió cercano, brutal, y se detuvo con un chirrido violento en la grava del frente de la mansión.
Aurora se levantó del suelo en un impulso, aún sintiendo el ardor de la bofetada de Isabella en su piel y las lágrimas bajando por sus mejillas. Ni siquiera miró por la ventana, corrió hacia el recibidor sabiendo que sus súplicas habían sido escuchadas.
Estaba descendiendo los últimos escalones cuando la puerta principal se abrió con violencia. Dos de los hombres de Lorenzo entraron cargando su cuerpo inconsciente, sus rostros eran máscaras de urgencia y seriedad.
A Aurora se le cayó el alma a los pies al ver a Lorenzo. Su figura era un lienzo de sombra y oscuridad. No llevaba chaqueta y su impoluta camisa blanca ahora estaba empapada en carmesí. La sangre era una ofrenda oscura que manchaba todo a su pa