Aurora se quedó inmóvil en el recibidor, sintiendo cómo el gélido escalofrío que le provocaba la sonrisa de Isabella se extendía por todo su cuerpo. Subir las escaleras a confrontarla era un instinto, pero sabía que solo conseguiría alimentar el juego perverso de Isabella.
—Parece que tu protector tuvo que salir corriendo —habló Isabella, cortando el tenso silencio de la mansión, como el filo de una navaja cortando seda—. Una noche agitada, ¿no crees… niñera?
Aurora se irguió, sintiendo que la furia se convertía en un escudo contra el miedo. Su voz fue un dardo lanzado desde la oscuridad del recibidor.
—Si algo le sucede a Lorenzo, Isabella, sé que estás detrás.
Isabella soltó una risa seca, desprovista de humor, un sonido áspero que se dispersó en la amplitud del recibidor.
—Qué imaginación tienes, niña —escupió con un desdén malicioso y burlón—. ¿Crees que yo, la madre de sus hijos, sabotearía a Lorenzo? Deberías concentrarte en el hecho de que en cuanto hay un verdadero pr