Fué Matteo quien interrumpió el momento, apareciendo como el salvador secreto de su hermana menor.
Ambos hermanos poseían el mismo color café oscuro en sus iris, pero con la diferencia que, mientras la mirada de Elisabetta era dulce y llamativa, la de Matteo, aún siendo un niño, era tan intensa como la de su padre.
Matteo tenía el ceño fruncido y observaba la escena frente a él con un atisbo de sospecha.
Isabella, como una maestra en el arte de la manipulación, hizo casi imperceptible el cambio en su rostro. La tensión en su cuerpo se disipó mientras una suave sonrisa curvaba sus labios de una manera tan genuina que era casi sombría.
Matteo no confiaba en ella, ni siquiera siendo su propia madre, desconfiaba de los desconocidos y, después de tanto tiempo, ella era una extraña más para él. Además, no le gustaba la manera en que invadía su espacio y buscaba abrazarlo y besarlo, pero ella parecía no entenderlo.
—Hola, mi cielo. Tu hermana y yo estamos preparando el desayuno, ¿no es así,