Así como había noches en que Lorenzo se acostaba junto a Aurora buscando sentir su cuerpo junto al suyo como si se tratara de un refugio, de un lugar donde dejaba de ser un mafioso imponente y peligroso, otras noches necesitaba más.
Su deseo por Aurora era una bestia que despertaba hambrienta y arañaba su pecho necesitando hundirse en ella y devorar su boca como si eso fuera a mantenerlo con vida. Era como un incendio amenazando con consumirlo y reducirlo a cenizas. Y le gustaba.
Lorenzo ancló sus dedos en una de las piernas de Aurora y la enganchó en su cadera, antes de deslizar la misma mano hacia su cálida entrepierna, acariciándola sobre las bragas húmedas, haciéndola gemir.
—Eres exquisita, Aurora —murmuró a centímetros de su boca, su voz grave deslizándose bajo su piel como manos invisibles buscando reclamarla de todas las maneras posibles—. Necesito probarte.
No era la primera vez que lo hacía, pero cada vez que Aurora notaba sus intenciones, la expectación la envolvía y un est