Lorenzo fue el primero en romper ese contacto. Sus manos se cerraron en los hombros de Isabella y la apartaron con firmeza, sin un ápice de ternura. Sus ojos, oscuros y serenos, no dejaron entrever duda alguna.
—Basta —su voz sonó grave, cortante, como un muro contra el que se estrellaban todas las emociones de ella—. No confundas las cosas.
Isabella parpadeó con rapidez, como si no pudiera asimilar la frialdad con la que había sido rechazada. Sus labios temblaron, y la decepción le tiñó los ojos de un brillo húmedo.
—¿Eso es todo lo que tienes para mí? —preguntó, casi incrédula, su voz quebrada en un murmullo—. Después de todo lo que pasé… después de todo lo que sufrí y anhelé regresar a mi hogar, a mi familia.
Lorenzo inspiró hondo, apartando la mirada solo un instante para no dejarse arrastrar por esa escena que sabía de memoria. Isabella llorando, usando su fragilidad como un arma. La conocía demasiado bien.
—No te hagas ideas equivocadas —dijo finalmente, cada palabra medida como