La humedad del túnel les calaba los huesos, pero nadie se detenía. El rumor del mar no estaba lejos, apenas unas curvas más adelante. Las huérfanas avanzaban de la mano de las pocas monjas sobrevivientes. Eira, al frente, cargaba con ternura a la bebé envuelta en la misma manta, y Teodoro Vassari caminaba junto a ella con una lámpara encendida y su daga lista, custodiando el grupo.
—Al llegar al barco, suban primero las niñas —dijo Eira en voz baja—. Luego las hermanas. Yo me quedaré…
—Ni lo sueñes. Tú irás con ellas, dama de fuego —contestó Teodoro—. Es la orden de Entienne.
Mientras tanto, en el otro extremo del túnel, Rowena y Entienne cerraban la entrada oculta con piedras y vigas, asegurando que el enemigo no pudiera seguirlos.
El sol comenzaba a salir. Desde un acantilado cercano, podía verse el mar en calma y el pequeño navío preparado por Borgia, esperando entre la niebla. Ya solo faltaban ellos.
—Teodoro ya debe haberlos embarcado —dijo Rowena—. Debemos irnos.
Pero antes de q