Capítulo 7. El azote de Dios.
Tres días habían pasado desde la llegada de Entienne Valois a Londres, y en ese tiempo su mente aguda no descansó. No era hombre de ocio ni de descanso. Durante las mañanas recorría la ciudad con capa y capucha, camuflado entre la multitud. Por las noches, interrogaba discretamente a criados, nobles menores, y hasta prostitutas que lo recibían con una mezcla de temor y fascinación. Su voz era severa, sus ojos eran puñales envueltos en silencio.Había reunido nombres, blasfemias, alianzas. Sabía ya cuáles duques apoyaban ciegamente al rey, cuáles lo despreciaban en silencio, y cuáles fingían neutralidad, esperando ver qué bando saldría triunfador. Había descubierto también que la mujer que el rey mantenía oculta, una joven noble de la región de Norfolk, estaba embarazada, y que el monarca había jurado casarse con ella solo si el hijo era varón. En caso contrario, sería enviada lejos, tal vez a un convento en Escocia, con una bolsa de monedas y el nombre sellado bajo amenazas.Entienne
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