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La entrevista del general 

​CAPÍTULO 5

​La entrevista del general 

​La mano de Jack, grande y cálida, aún seguía entrelazada con la mía. No era un gesto para las cámaras; la única audiencia éramos nosotros y el edredón de patchwork que nos observaba cómo un juez silencioso.

— Mamá no pudo escoger una manera mejor de humillarme….¿Renos y muérdago en el edredón? ¿Es enserio? Jack va a pensar que soy una perdedora…— Espera… lo soy. ¡Él es mi novio falso! –  me dije, arrugando mi nariz.

Jack seguía mirando por la ventana a la abuela Lila. 

​—Así que… la general ha llegado temprano —dijo él. Su voz no sonó normalmente, era ahora más suave, casi un susurro cómplice.

—Eso complica la 'alineación de estrategias', ¿no crees?

​Lentamente, soltó mi mano, pero no sin antes darle un ligero apretón, un punto final a una frase que yo no sabía cómo empezar a leer. 

Sentí el vacío inmediato en mi estómago, un frío repentino en mi palma de mi mano que me hizo cerrar los dedos.

​—Complica todo —asentí, fijando mi mirada  en el viejo taxi amarillo, lo observé desaparecer  por el camino,  sintiendo la extraña necesidad de ir en él. 

De hecho imaginé por un segundo ir corriendo tras él gritando: ¡ESPERE POR FAVOR! ¡TENGO QUE SALIR DE AQUÍ! 

Es que enfrentar a la abuela Lila no era tarea fácil. De tan solo imaginarlo sentí ganas de ir al baño.

—. Ella es la verdadera prueba de fuego. Mamá y Papá son el tutorial. La abuela Lila no se compra con 'tecnología sostenible' y sonrisas de un millón de dólares – dije, mirando cara a cara a Jack.

 —¿Qué hacemos? ¿Improvisamos? —La pregunta sonó ridícula saliendo de mi boca, la de la libreta de "Tácticas de Combate" se sentía derrotada sin empezar la batalla. 

​Jack se acercó, deteniéndose justo detrás de mí. Su proximidad llenó el pequeño espacio, haciendo que el aire se sintiera más denso, cargado con el olor de su colonia.

 Una mezcla fresca y cara que contrastaba deliciosamente con el ambiente rústico del ático.

 Me sentí extrañamente consciente de cada centímetro de mi piel.

​—Siempre tengo un plan de contingencia, Any. Es la base de mi negocio. Pero para una general como la abuela Lila, mi protocolo de adquisición hostil no va a servir de mucho. Esto requiere... algo más orgánico.

​—¿Orgánico? —Me giré para mirarlo, arqueando una ceja. 

Su rostro estaba a centímetros del mío, y tuve que reprimir el impulso de dar un paso atrás o hacia adelante.

—Jack, no sé si tengo algo 'orgánico' en mi arsenal. Mi primera relación seria terminó porque me comí la última porción de pizza que él estaba guardando. 

— Y en la anterior, se me olvidó su cumpleaños... durante tres años seguidos. ¡Soy un desierto romántico!

​Una carcajada brotó de él, un sonido genuino, profundo y tan inesperado que me descolocó por completo. 

No era la sonrisa educada y controlada que había mostrado abajo. Era una risa de verdad, que hizo que sus ojos grises se arrugaran en las esquinas.

— Preciosos.  Realmente bellos… ¿Qué? ¿En qué estoy pensando? Sus ojos son bonitos sí, pero no tan bonitos. No. Tranquilízate Any, recuerda porque él está aquí  — me dije, y di un paso atrás.

​—Bueno, en ese caso, mi confesión de que a veces hablo en sueños sobre cláusulas de rescisión en griego antiguo podría ser el menor de nuestros problemas —dijo, su sonrisa suavizándose pero sin desaparecer.

— Mira, Any... —Su tono se volvió serio de repente, y la diversión en sus ojos fue reemplazada por una intensidad que me hizo tragar saliva.

— La clave aquí es la cohesión. Debemos movernos como uno. Pensar como uno. Y... sí, actuar como una pareja que realmente se conoce, que se gusta. Que se ama.

​—¿Y cómo demonios se logra eso de la noche a la mañana, Nikos? ¿Hay una aplicación para eso? ¿Un seminario web? —pregunté, mi sarcasmo era un escudo de papel contra su repentina seriedad.

​—Observando. Reaccionando. Y lo más importante... —Jack se detuvo, y juraría que vi un rubor casi imperceptible teñir la parte superior de sus pómulos, un fenómeno tan raro como un unicornio en Wall Street.

— Siendo... un poco más auténticos en nuestra actuación. Lo de abajo, en el sofá... cuando tomé tu mano... No fue solo actuación, Any. No del todo. No para mí.

​El mundo se detuvo de golpe. Tan de repente, que estuve a punto de saltar de él.

 El crujido de la casa, los lejanos villancicos de la radio de la cocina, todo se desvaneció. 

Solo quedaba el eco de sus palabras, suspendidas en el aire frío del ático. Sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral, uno que no tenía nada que ver con la temperatura.

 La tensión entre nosotros había cambiado de forma, pasando de la farsa compartida a una verdad incómoda y electrizante.

​—¿A qué te refieres, Nikos? —Mi voz fue apenas un murmullo. Usar su apellido era mi ancla a la realidad, mi defensa, ante su innegable atractivo y mi recordatorio del contrato guardado en mi bolso.

​Él dio el último medio paso que nos separaba. Ahora podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Podía ver las motas más oscuras en el gris de sus ojos.

​—Me refiero a que si vamos a convencer a una general espartana, debemos convencernos un poco a nosotros mismos primero. 

— ¿Qué significa eso? – pensé. Emocionada y aterrada.

— Al menos, cuando las luces están encendidas. Tenemos que encontrar algo real en esta farsa y aferrarnos a ello…

— Porque ella lo buscará. Y si no lo encuentra, nos destrozará antes del postre —Su mirada bajó a mis labios por una fracción de segundo antes de volver a mis ojos—. ¿Estás de acuerdo?

​La pregunta colgó  el aire en mis pulmones. Su pregunta estaba cargada de implicaciones que iban mucho más allá de engañar a mi abuela. 

Esto ya no era sobre salvar mi orgullo o ayudarle a él a conseguir su tranquilidad y asegurar su herencia. Era un territorio nuevo, inexplorado y aterradoramente tentador.

 La abuela Lila estaba abajo, afilando sus cuchillos de interrogación, pero el verdadero desafío, el general de cinco estrellas de mi pánico personal, estaba justo frente a mí.

​Mi corazón latía con la fuerza de un martillo neumático. 

— ¡Di que no!, gritaba mi cerebro. ¡Recuerda el muro de almohadas! ¡Las cláusulas! ¡El hecho de que él es Jack Nikos, el CEO intocable!.

​Pero mi boca, traidora y curiosa, tenía otras ideas.

​—De acuerdo, Nikos —susurré—. Orgánico. Auténtico. Nos convenceremos a nosotros mismos.

— ¿Qué? ¿Te volviste loca Any? – gritaba una voz en mi cabeza. A la que le respondí: ¡Cállate!

​Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios, una sonrisa que era a la vez de alivio y de victoria. 

—Bien. Entonces, nuestra primera misión como pareja "auténtica" es bajar y enfrentar al alto mando. Juntos.

​Justo en ese momento, como si la hubieran invocado, la voz de mi madre subió por las escaleras.

—¡Any, cariño! ¡Jack! ¡Bajen, por favor! ¡La abuela Lila está ansiosa por conocer a tu prometido!

​Jack me ofreció su mano de nuevo. Esta vez, cuando la tomé, no hubo vacilación. Se sintió como la cosa más natural del mundo. Un pacto sellado.

— Espera  – dijo Jack.

— ¿Qué pasa? ¿Olvidaste algo?

— Sí.  Esto.

Sin desperdiciar el aire a nuestro alrededor o el tiempo me dio un beso en los labios. 

Suspiré como si estuviera comiendo el postre más delicioso del mundo. Debí parecer una tonta.  Porque él sonrió y dijo: “Listo”

Yo sonreí como si lo que acabara de suceder fuera la mejor actuación de mi vida.

Si eso hubiera sido verdad me nominarian a 10 estatuillas por ser la mejor actriz. 

Descender por la escalera de madera  fue como caminar por el corredor de la muerte hacia la silla eléctrica más cómoda y llena de cojines del mundo. 

Mi familia estaba reunida en el salón, pero el centro de gravedad de la habitación había cambiado. Sentada en el sillón favorito de mi padre, como una reina en su trono, estaba la abuela Lila.

​Pequeña, con su moño plateado perfectamente recogido y un vestido de lana negro, parecía inofensiva. 

Pero sus ojos, de un azul pálido y penetrante, nos escanearon de arriba abajo mientras nos acercábamos. 

No era una mirada inofensiva, era un análisis forense,  disfrazado de un saludo familiar.

​—Abuela —dije, inclinándome para besar su mejilla, que olía a polvos de talco y a menta—. Él es Jack. Mi prometido. 

​Jack se inclinó con una elegancia que yo no poseía. —Abuela Lila. Es un verdadero honor conocer a la matriarca de la que tanto he oído hablar. Any la describe como una leyenda.

— ¡Sí! ​¡Punto para Nikos! – festeje en mi cabeza.

La adulación había funcionado con mi madre, pero la abuela era inmune a eso.

​Ella no sonrió. Simplemente le indicó el sofá frente a ella. 

—Siéntate, muchacho. Helena, tráele a este hombre un brandy. Parece que lo va a necesitar.

Mi corazón se paralizó.  

— Estoy muerta.

Pero Jack no se inmutó. Me abrazo  y nos sentamos, nuestras rodillas casi tocándose. 

Sentí a Jack irradiar una calma que era o bien una actuación de Óscar o el resultado de tener nervios de acero puro.

​—Así que —comenzó la abuela, sus dedos entrelazados sobre su regazo—, tú eres el que se quedó atrapado en un ascensor con mi nieta.

​—Él mismo —confirmó Jack, su voz suave y firme—. Aunque yo prefiero pensar que fui el afortunado que tuvo la oportunidad de conocerla sin distracciones.

​La abuela Lila soltó un pequeño "hmph" que podía significar cualquier cosa, desde "qué cursi" hasta "interesante táctica".

​—Mi nieta es una mujer complicada —continuó, sus ojos fijos en Jack—. Tiene el cerebro de su padre para los negocios y el corazón de su madre, lo que significa que es demasiado blanda por dentro.

—  Es leal hasta la estupidez y tiene la costumbre de coleccionar proyectos perdidos. Dime, Jack, ¿cuál de los dos eres tú? ¿Un negocio o un proyecto perdido?

​Casi me ahogo con mi propia saliva. ¡Directa al mentón! Vi el plan de "tecnología sostenible" arder en llamas.

​Jack no parpadeó. De hecho, una leve sonrisa jugó en sus labios.

​—Con todo respeto, señora, espero ser la excepción a esa regla. No soy un negocio que ella deba cerrar ni un proyecto que deba arreglar. Espero ser su socio.

​Luego, hizo algo que me dejó sin aliento. Se giró hacia mí y, con una ternura que parecía absolutamente real, me apartó un mechón de pelo de la cara.

​—Any no necesita que nadie la arregle. Es la persona más inteligente y tenaz que conozco. 

— Cuando se concentra en algo, ya sea en una estrategia de mercado o en argumentar por qué una película es buena, frunce el ceño de una manera muy particular, justo aquí —rozó suavemente el espacio entre mis cejas con su pulgar.

— Es brillante. Y no creo que sea blanda. Creo que es valiente. Se necesita valor para sentir las cosas tan profundamente como ella lo hace.

​El silencio en la habitación fue absoluto. Mi madre tenía lágrimas en los ojos. Mi padre miraba a Jack con una expresión de reevaluación total. 

Y yo... yo estaba perdida. Había descrito algo real. Un detalle que ni yo misma había notado. La farsa se había desvanecido, y en su lugar había un retrato íntimo y dolorosamente preciso de mí, pintado por un hombre que supuestamente apenas me conocía.

— ¿Qué había sido eso? ¿Cómo lo supo? Solo compartimos por unos días.  No podía haberme conocido tan pronto,  ¿o sí?

​La abuela Lila nos observó durante un largo momento, su mirada yendo de Jack a mí y de vuelta. El destino de nuestra operación "Ático del Pánico" pendía de un hilo.

​Finalmente, se reclinó en su sillón. Una diminuta, casi imperceptible sonrisa se dibujó en sus labios. Miró a mi madre.

​—Helena, este no está mal. Tiene buenos ojos. Y no le tiene miedo a una mujer inteligente. Dale el brandy bueno.

​Y con eso, el general nos dio su bendición. La primera batalla estaba ganada.

Respiré aliviada.  

​Mientras mi madre se apresuraba a cumplir la orden, Jack me miró. En sus ojos grises ya no había actuación, solo una pregunta silenciosa y la resonancia de la confesión que había hecho en el ático. 

Su mano encontró la mía de nuevo, sobre el cojín del sofá, y nuestros dedos se entrelazaron.

​Esta vez, no se sintió como un pacto para la guerra. Se sintió como algo real.

Y eso, más que la llegada de mi abuela, era lo que realmente me aterrorizaba y me hacía suspirar. 

Había conocido a Jack Nikos por error en el ascensor,  yo iba murmurando maldiciones contra mí misma. Él me miró y sonrió antes de decirme: “Eres mucho mejor que eso”

¿Qué había visto en mí que yo no veía? 

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