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Operación: Ático del Pánico

​CAPÍTULO 4

Operación: Ático del Pánico

​El viaje de dos horas en el lujoso sedán de Jack fue una clase magistral de tensión y control . 

El aire dentro del auto era más denso que la nata de la abuela Lila. Yo estaba aferrada a mi libreta de "Tácticas de Combate" como si fuera un salvavidas, mientras Jack conducía con una calma que me resultaba  profundamente irritante. 

— ¿Cómo puede estar tan tranquilo? ¿Acaso no tenía nervios? ¿O estaban guardados en la guantera junto al manual del auto? 

Mientras lo miraba de reojo mi cabeza giraba en miles de pensamientos.  Había logrado llegar muy alto en la empresa donde trabajaba. Una ejecutiva con talento para las inversiones y el marketing. 

Hasta que a alguien se le ocurrió estafar al jefe… ¿Quién lo tiene de estúpido? ¿Cómo pudo confiar en su inútil cuñado? Ese hombre no distingue de la derecha de la izquierda…

Pero gracias a él cuñado de mi jefe mi puesto se vio eliminado. Todo, para que su cuñado se quedara en la empresa y su esposa no lo echará patitas a la calle…

— ¿Quién tiene los pantalones allí? – bufé. Olvidándome por un segundo dónde y con quién estaba, hasta que lo escuché 

— Tu tía es la más curiosa y…

— A ver… Repasemos una última vez —dije, mi voz sonó como un chirrido agudo. Supongo que de impaciencia y terror.

— Mi tía Carlota te preguntará por tus inversiones. Es sutil como un martillo neumático. Dile que diversificas en tecnología sostenible y filantropía. Eso le encantará…

— Mi primo Mateo intentará hablarte de fútbol. Tú solo asiente y di "qué jugada más increíble" de vez en cuando. Él  no tiene ni idea de lo que habla, solo quiere impresionar.

Jack me lanzó una mirada de soslayo, una chispa de diversión en sus ojos grises. Me pareció encantadora. Aunque será mejor que no lo sepa.

—Entendido. Tecnología sostenible y jugadas increíbles. ¿Algo más?

​Respiré hondo. Era ahora o nunca. El elefante en la habitación, o más bien, en el ático.

​—Hay… un pequeño detalle logístico que olvidé mencionar durante nuestra… alineación de estrategias —empecé, estudiando con fascinación una mancha inexistente en la tapicería de su auto.

—¿Okey, cuál? —Su tono era neutro, pero sentí cómo sus nudillos se blanqueaban ligeramente sobre el volante de cuero.

— Se tensó.  Espero que no me lance a la carretera. Vamos a 80 km por hora.

Suspiré y dije:

—Mi madre llamó anoche. Resulta que la abuela Lila, en un movimiento de poder digno de un general espartano, ha requisado mi antiguo dormitorio…

—  Así que… nosotros… bueno, ella nos ha preparado… la habitación del ático.

​El silencio que siguió fue tan profundo que pude oír mis propias neuronas gritando en pánico. 

Jack no dijo nada. Siguió mirando al frente, pero vi cómo un músculo se tensaba en su mandíbula.

​—¿La habitación del ático, eh? —repitió, su voz tan plana como un electrocardiograma detenido.

​—Sí. Con… ya sabes. Una cama. Singular. Una sola  — De repente miré a la carretera y pensé: Será muy duro el golpe.

—Entiendo el concepto de "singular", Any.

​—¡No es culpa mía! —exclamé, a la defensiva—. ¡Mamá cree que somos una pareja de prometidos locamente enamorados! 

— ¡Le parecería raro que pidiéramos habitaciones separadas! ¡Sería como gritar "SOMOS UN FRAUDE" con un megáfono en medio de la cena de Nochebuena!

​Jack exhaló lentamente por la nariz. Por un instante, temí que diera la vuelta al coche y me dejara tirada en la autopista con mi libreta y mi desesperación como un rótulo que dijera:

— ¡ERES UN FRAUDE! 

En lugar de eso, giró la cabeza para mirarme, y su expresión no era de enfado, sino de una resignación casi cómica.

​—Supongo que esto añade una nueva capa de… autenticidad a nuestra actuación —dijo, con una sequedad que podría haber secado el océano. Y a la vez, en su mirada se dibujaba una risa burlona que elebo mis neuronas al enfado. 

— Tendremos que establecer un protocolo para dormir. Una línea divisoria de almohadas, quizás. Un pacto de no agresión nocturna.

​Me reí con un sonido ahogado por el alivio. 

—Podemos construir un muro con los cojines. Yo me quedo con el lado de la ventana. Y tu con el otro. Y prometo no roncar.

​—Yo no ronco —afirmó él con una seriedad tan absoluta que me hizo sonreír de verdad.

— No lo sabes. No te has escuchado al dormir – dije sonriendo.

— Pero tengo algo que confesarte Any  a veces hablo en sueños. En griego. Sobre cláusulas de contratos y adquisiciones hostiles. Espero que no te moleste.

​— ¿Hablas o discutes? 

— Hablo – Sonrió. 

— Está bien. Mientras no intentes adquirir mi mitad de la cama, creo que podré sobrevivir a eso —repliqué. 

 Él se rió  y yo por primera vez en horas, sentí que mis pulmones respiraban con tranquilidad. 

​La casa de mis padres era exactamente lo opuesto al penthouse de Jack.

Era más parecido a  un chalet acogedor y ligeramente caótico, con un porche lleno de macetas y una corona navideña en la puerta que parecía haber sido atacada por un duende con purpurina. 

La miré y dije: Eso fue idea de la abuela.

Apenas Jack apagó el motor, la puerta principal se abrió de golpe.

—¡Han llegado!

​Mi madre, Helena, salió disparada como un cohete de felicidad envuelto en un delantal con un reno estampado con su nariz enorme y roja. 

Su sonrisa era tan amplia que temí que se le desencajara la mandíbula.

—¡Any, mi vida! – dijo dándome un sonoro beso en la mejilla. 

— ¡Y tú debes ser Jack! —dijo, envolviéndolo en un abrazo que le robó el aliento antes de que mi falso prometido pudiera decir: “Hola”

​Jack soportó el abrazo con la gracia de un diplomático y le sonrió a mi madre con una calidez que podría haber derretido los casquetes polares.

​—Señora, es un absoluto placer conocerla por fin. Any no le hace justicia con sus descripciones. Es usted muy hermosa. 

— ​¡Punto para Nikos! – pensé. Con una amplia sonrisa  

Mi madre se derritió como mantequilla en una tostada caliente.

—¡Ay, pero qué encanto de hombre! ¡Llámame Helena, por favor! Somos familia.

— Pasen, pasen, que se van a congelar.

​Mi padre, Robert, apareció detrás de ella. Es un hombre de pocas palabras y muchas miradas analíticas. 

Se secó las manos en un paño de cocina y le ofreció la mano a Jack con una expresión de cortés escepticismo.

​—Jack. Bienvenido —dijo, su tono mucho más reservado que el de mi madre. Su apretón de manos pareció durar una eternidad, como si intentara descifrar los secretos del universo a través de los tendones de Jack.

—Señor, es  un placer. Tiene una casa preciosa —respondió Jack, devolviendo el apretón con una firmeza respetuosa.

Justo en ese momento, Susi bajó las escaleras corriendo, seguida de un hombre rubio y sonriente que solo podía ser Carlos, su prometido.

—¡Jack! ¡Por fin! ¡He oído tantas maravillas sobre ti que empezaba a pensar que eras un ser mitológico! —chilló Susi, abrazándolo también.

​Nuestra farsa estaba siendo sometida a una prueba de contacto físico intensivo. Algo que temí que fuera demasiado para Jack. 

Miré a Jack por encima del hombro de mi hermana. Mantenía su sonrisa perfecta, pero vi en sus ojos un destello que decía: Esto no estaba en el contrato.

Y aún le faltaba. 

​La siguiente hora fue un torbellino de interrogatorio encubierto. Sentados en el salón, con tazas de chocolate caliente, la familia empezó a lanzar sus misiles de curiosidad.

—Entonces, Jack, Any nos contó la historia del ascensor —empezó mi madre, con los ojos brillantes—. ¡Qué romántico! ¡Parece sacado de una película!

​—Fue inolvidable —confirmó Jack, posando su mano sobre la mía en el sofá. Su pulgar rozó mis nudillos, un gesto estudiado que, para mi horror, envió una corriente eléctrica por todo mi brazo.

Alexander me miró con una esplendida y ensayada sonrisa

— En ese mismo instante supe que Any era especial – levantó mi mano y la besó. 

Casi me atraganto con el chocolate. Era tan bueno  en esto que daba miedo.

Mi padre entrecerró los ojos. —¿Y a qué te dedicas exactamente, Jack? "Finanzas" es un término muy amplio.

​—Me especializo en capital de inversión, principalmente en el sector de las energías renovables —explicó Jack con una facilidad pasmosa.

— Buscamos proyectos innovadores que no solo sean rentables, sino que también tengan un impacto positivo a largo plazo.

— ​¡Tecnología sostenible!  – recitaba en mi interior  – ¡Lo recordó!  Magnífico.

Me sentí absurdamente orgullosa, como una entrenadora cuyo perro ha realizado el truco a la perfección.

​—¡Eso es maravilloso! —exclamó Susi—. ¡Salvar el planeta y ganar dinero! Eres como el Capitán Planeta con traje de Armani.

​Carlos, su prometido, que hasta entonces había permanecido en silencio, asintió con entusiasmo. —¡Totalmente! Yo vendo seguros. También es una forma de proteger a la gente. De los imprevistos.

— Perfecto.  Ahora debíamos desviar la atención de nosotros a Susi. Nos miramos y con una sola mirada Jack lanzó un comentario que desvió la conversación  hacia los planes de la boda.

 Yo aproveché el respiro para observar a Jack. Estaba completamente integrado. Reía en los momentos adecuados, hacía preguntas inteligentes sobre el trabajo de mi padre y escuchaba con atención las anécdotas interminables de mi madre. 

— Es un astuto camaleón. El novio perfecto. ¿Cómo es posible que siga soltero? – pensé sin dejar de mirarlo.

Fue entonces cuando mi madre aplaudió, llamando la atención de todos.

—Bueno, ¡qué despiste el mío! Deben estar agotados del viaje. Any, cariño, ¿por qué no le enseñas a Jack vuestra habitación?

—  Les he preparado el ático, es el cuarto más tranquilo de la casa. ¡Así tendrán un poco de… intimidad!

Lanzó una mirada pícara que me hizo querer que la tierra me tragara. 

Sentí a Jack tensarse a mi lado. Ambos nos levantamos, nuestras sonrisas pegadas a la cara como máscaras de teatro.

—Claro, mamá. Vamos, cariño —dije, probando el apodo. Sonó extraño y forzado en mis labios, pero nadie pareció notarlo.

​Mientras subíamos la escalera de madera que crujía bajo nuestros pies, sentí las miradas de toda mi familia clavadas en nuestra espalda.

 Jack puso una mano en la parte baja de mi espalda, un gesto posesivo y tierno que era pura actuación, pero que hizo que mi piel ardiera.

El ático era exactamente como lo recordaba: un espacio acogedor bajo un techo inclinado, con vigas de madera a la vista, una pequeña ventana circular y, en el centro, dominando la habitación como un monumento al pánico, una gran cama de matrimonio con un edredón de patchwork.

Jack cerró la puerta detrás de nosotros, y el "clic" del pestillo sonó como el cierre de una celda. Ambos soltamos el aire que estábamos conteniendo.

 La sonrisa de Jack se desvaneció, reemplazada por una expresión de pura incredulidad.

—Tu madre es… intensa —fue lo único que dijo, pasando una mano por su cabello.

—Te lo advertí —repliqué, dejando caer mi bolso sobre una silla.

— Bienvenida a la Zona de Combate Nikos. Has superado la primera oleada. La infantería. Pero el general aún no ha llegado al campo de batalla.

​Él me miró, y por primera vez desde que lo conocía, vi una grieta en su fachada de CEO imperturbable. Vi a un hombre que, como yo, estaba completamente fuera de su elemento.

​—La abuela Lila —dijo, más como una afirmación que como una pregunta.

​—La abuela Lila —confirmé—. Llega mañana por la mañana. Y su detector de mentiras está siempre encendido y perfectamente calibrado.

​Nos quedamos en silencio, dos impostores en un nido de amor familiar. El aire estaba cargado con el olor a pino de las decoraciones navideñas y la tensión de nuestra mentira.

​—¿Sabes? —dijo Jack, acercándose a la pequeña ventana y mirando hacia el jardín—. Por un momento, allá abajo, cuando tu padre me estaba interrogando sobre el Peloponeso y tu madre me ofrecía por tercera vez chocolate… casi me lo creo.

​Me acerqué y me paré a su lado, nuestros hombros casi rozándose. Afuera, las luces de Navidad que mi padre había colgado empezaban a parpadear.

—A mí también —admití en un susurro—. Cuando me tomaste la mano, mi cerebro entró en modo "novia real" durante 0.5 segundos. Fue aterrador. E interesante. 

​Él se giró para mirarme, la tenue luz del atardecer suavizando sus rasgos. Sus ojos grises parecían más profundos, más… legibles. Vi una mezcla de diversión, agotamiento y algo más, algo que no pude identificar.

—Bueno, parece que somos buenos actores —murmuró, su voz más grave de lo habitual.

​—Demasiado buenos, quizás —respondí, mi corazón latiendo un poco más rápido de lo necesario.

La distancia entre nosotros pareció 

encogerse. Podía sentir el calor que emanaba de él, oler el sutil aroma de su colonia mezclado con el aire fresco de la montaña. 

Por un instante demencial, una parte de mí se preguntó cómo se sentiría cerrar esa distancia. Olvidar el contrato, las reglas, la farsa…

— ​¡Basta, Any! – me dije en mi cabeza –  ¡Es Jack Nikos! ¡Tu falso prometido! ¡Recuerda el muro de almohadas!

Justo cuando la tensión se había vuelto tan espesa que se podía cortar con un cuchillo de tarta, un sonido rompió el hechizo que se estaba dando en nuestras muradas. 

El crujido de la grava en el camino de entrada. Un coche.

Ambos nos asomamos por la ventana. Un viejo taxi amarillo, el único que operaba en el pueblo, se había detenido frente a la casa.

 De la parte trasera, con la agilidad de una mujer treinta años más joven, emergió una figura pequeña y vestida de negro, con un moño de pelo plateado tan apretado que parecía un arma.

​Incluso desde el ático, pude sentir su aura de autoridad.

Jack tragó saliva. Lo vi. El gran Jack Nikos tragó saliva.

​—Supongo —dije, mi voz apenas un hilo— que el general ha decidido adelantar su llegada.

​Él se volvió hacia mí, y en sus ojos vi el reflejo de mi propio pánico. Se acabó el ensayo. La batalla real estaba a punto de comenzar.

—Que empiece el juego —susurró Jack, y su mano encontró la mía, entrelazando nuestros dedos. Esta vez, no se sintió como una actuación. Se sintió como un pacto. Dos soldados preparándose para entrar en la trinchera.

Dos guerreros contra un general sumamente astuto.

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